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Las búsquedas de Francisco Amiguetti
Joaquín Gutiérrez

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___ I

Si en arte existieran pautas o valores permanentes no habría arte, sólo repetición o eco -cercano o lejano- de todo lo ya hecho desde Font-de-Gaume, Shen-fu-chun o Bonampak. Tampoco en arte -¡asómbrense!- existe el tiempo. Para los ‘Bisontes’ de Altamira, la ‘Puerta de los Leones’ o las ‘Bailarinas’ de Cnossos el Tiempo no pasa. Así, sencillamente: ¡no pasa!

Son olas. Una ola otra ola otra ola otra ola… Infinitas. Unas tiernas, con encajes y traje de organdí; otras mansas, pero con poderosos músculos ventrales; o pavorosas, preñadas de espanto, amigas de la muerte. Todas ellas, si, eso si, con el ineludible deber de ceder el paso a la ola que viene detrás, la que ya está trepándosele en las ancas a la anterior.

¿Y cuál ha sido la ola más grande de todas las olas? Pero, ¿es que hubo alguna vez la más grande? ¿O cada una fue la ‘más grande’ cuando fue? ¿No han visto el mar? ¿No se han dado cuenta de que cada ola, cuando está en su trono, en ese centésimo de segundo en que despliega todo su poderío, es la más grande de todas?

Sí, no hay metros ni pautas en el arte. Por contrario, ante lo que estamos es ante una ecuación con un número infinito de incógnitas y lo que se exige es resolver al menos una, una sola. La que nos corresponde. ¿Por qué así? Porque si bien el arte es una forma de conocimiento de la realidad, el conocer es social, pero tembién personal. Y, en arte, mayoritariamente personal. Nadie puede concebir su obra partiendo de lo que otro conoce o ha vivido. Y cada cosa es distinta, en algo, para cada uno: un camello para mí, un cocodrilo para una parisiense, una orquídea para un ciego, una estrella para Einstein. Y es precisamente lo anterior lo que abre caminos innumerables para la creación artística. Eso: que cada sueño, crepúsculo, ritmo, relación amorosa, participación y lucha o zapato viejo, sean todos distintos para cada uno. Y que a cada uno de dos gemelos monocigotícos les diga cosas distintas la ‘Barcarola’ de Chopin.

¿Y si acaso alguien descubriera el mínimo común divisor humano’ (si existiera computadora capaz de encontrarlo, trabajando años luz a todo trapo)? Esa respuesta dependería de quien hubiera programado a la computatora, por lo que habría que sacar entonces el mínimo común divisor’ de todos los programadores para que el programa que. No sigo.

¡Qué rico, qué asombroso, qué complejo resulta el proceso de la creación de la obra de arte: escultura, novela, retrato, pirámide, sonata, ‘pas de deux’, poema o rascacielo. Qué laberíntico el proceso de su creación y que laberíntica la manera como llega al corazón de cada cual. De cada cual: de cada ser humano, con su maravillosa condición de ser único, singular e irrepetible.

Entonces, sí, el arte es una forma de conocimiento de la realidad. ¡En China el color del luto es el blanco! Y si es así, ¿les puede entonces decir lo mismo el "blanco" a los chinos que a nosotros?

___ II

Al final de la primera década de este siglo, en la cintura de América nació un niño. Parecía común y corriente, sólo que desde muy chico fue distraído, -’ido’ que llaman- y tan precozmente enamoradizo que les levantaba la enaguas a las niñitas en la escuela. Les tenía, además, miedo a los murciélagos y mucho miedo al diablo. Era delgado, casi flacucho. Y más que jugar a los trompos o a la pelota le gustaba observar las vetas de la madera, el entrelazamiento de las ramas de un higuerón o el rebaño asustadizo de las nubes cuando soplaban los nortes. Y en particular le gustaba el ambiente cálido de la cocina, con su techo de tejas, su pila llorando por un trapito y la boca iracunda del fogón. Le gustaba porque allí podía crear, crear, con la masa del maíz, muñequillos -conejos, ranas, pescaditos- que después ponía a cocer arrimados al comal. Y un día -día que iba a ser definitorio en su vida- sacó un tizón de la cocina y comenzó a dibujar con él, en el aire, como con un pincel, hermosísimos arabescos purpúreos. Los primeros que hizo le produjeron gran perplejidad. Eran fugacísimos, pero de un modo misterioso persistían en sus pupilas absortas, como si un si un finísimo buril los hubiera grabado allí para que perduraran unos segundos más en la retina. Se sobrecogió. Y el escalofrío alborozado que sintió en el corazón fue aun mayor que el que sentía cuando le levantaba las enaguas a la s chiquillas en la escuela.

Por esos años un incendio devoró la casa. El fuego: amigo desleal, traidor; pincel ígneo, pero en manos del diablo. ¿No habría sido un castigo? Ya ellos eran pobres y quedaron aún más pobres. No habría sido alguien que le cobraba así haber estado "creando" animalitos y figuras de fuego?

Venció el miedo y siguió haciéndolos. Toda su vida siguió haciéndolos. Y no sabe hacer otra cosa.

A ese niño lo bautizaron Francisco, pero le decían Paquito. Y nadie sabía entonces, y el propio Paquito menos que nadie, que llegaría a ser uno de los grandes artistas de América.

___ III

No es un alma simple, no, qué va. aunque a primera vista lo parezca. Si lo fuera no habría podido expresar una realidad tan sugerente, profunda y contradictoria como la que tintinea rebulle o se desangra en SU obra - Pero, no siendo simple , si tiene, su alma condición de espejo clarísimo o de poza de río que deja ver los guijarros del fondo.

Su vida tampoco ha sido siempre serena o plácida, aunque, como su alma, pudiera a primera vista parecerlo Si lo hubiera sido no habría logrado expresar una realidad humana tan densa, y de su corazón no habrían caído gotas mezcladas de rocío y de sangre.

Nos recuerda -pensándolo-queriéndolo que es como siempre lo recordamos-aquellos tapones de cristal tallado con que jugábamos de niños, haciéndolos girar para que el rayo de sol cubriera, con todos los colores del iris, la blancura de una pared encalada.

Fue autodidacta y no lo oculta; al contrario, lo enorgullece. Sin estudios regulares académicos, su invencible vocación interior lo conduce por un camino empinado, en el que cualquiera se desalienta, tropieza o cae. Y él tropezó, pero no se desalentó y menos cayó. Manera exigente y única que tiene el autodidacta de aprender.

Y emociona oírlo hablar de sus aprendizaje, pues da la ilusión de estar oyendo a un campesino contándole a su compadre, con su lenguaje más simple, cómo aprendió a podar, a deshijar, a socolar… Y en esto algo -o mucho- tiene que ver el hecho de que son las artes plásticas, de todas las artes, las que guardan un parentesco mayor y más saludable con los oficios.

Que su autodidactismo no induzca, eso sí, a creer que no recibió influencias. Por supuesto que las tuvo: como el más pintado. Cuenten las más notorias de Picasso y verán con que facilidad pasan de la docena. Las de Amigheti incluyen el expresionismo alemán de postguerra; fugaz la del cubismo; hondas las del trecento y cuatrocento italianos’, que le llegaron tanto por la sangre como por la tinta; un toque de Spilinbergo; luego los mexicanos - en particular Posada y Rivera- y, la última y sin duda la más benéfica, la de los inmensos grabadores japoneses, Hokusai e Hiroshige.

Y es que es así. ¡Si lo sabremos los autodidactas! Tú tomas de aquí, de allá, de acullá; luego revuelves bien (tu fórmula va a ser única y secreta) y al final le agregas una pizca de ti mismo y… ¡listo! La gracia es, primero, revolver tan bien que ninguno dc los ingredientes se reconozca, o que se reconozca lo menos posible. (Desde luego que todo lo anterior es mucho mas complejo, pues cada uno asimila, del mismo alimento, distintas sustancias).

Lo segundo, que esa pizca propia te salga muy de adentro, para que sea novedosa, para que valga la pena. ¿Y cómo logras que sea novedosa? Siendo sincero. Porque siendo -como somos- seres singulares, únicos e irrepetibles, todos tenemos algo que no tiene nadie más. Y la sinceridad es la única que puede sacarlo a flote.

¿Hay otros caminos? Tal vez, Tal vez el mar lo sepa.

¿Y por qué conviene señalar lo anterior? Para llegar a la conclusión muy simple de que así ha ocurrido y así ocurrirá, con los chicos, los medianos y los genios. A esa ley nadie escapa: hará el ridículo quien lo intente y, peor, quien se jacte de haber escapado.

El problema es otro. ¿Cuánto es lo propio, cuánto es la "pizca’ que uno agrega (si acaso agrega algo) al gigantesco fondo común del arte que ha venido acumulando la humanidad desde hace cientos de miles de años? Porque esa "nadita’ es, en última instancia, lo único que cuenta. Y la ‘pizca’, o la nadita’ de Paco Amighetti ha sido muy suya y muy rica, tanto que le permitió adquirir un estilo inconfundiblemente amighettiano’, con lo difícil es alcanzar un estilo personal índividualizable. Tan difícil que eso lo catapultó y hoy figura entre los más grandes -escasos- maestros del grabado de todo el Continente. Seríamos inexactos y por lo tanto injustos si de lo anterior no añadiéramos algo muy ‘importante: el ambiente en el que Amnighetti se formó, el San José de su adolescencia y primera juventud. El generoso, fecundo y alentador ambiente que hizo madurar en Costa Rica dos generaciones sucesivas de artistas y escritores. Vivir ese ambiente era vivir -dentro de una burbuja de libertad, creatividad y fraternidad. Un clima humano o atmósfera cultural y vital que milagrosamente se produjo en el San José de entonces -por otra parte tan municipal y mísero- y que no se iría a a repetir en Costa Rica. O que hasta ahora, por lo menos, no se ha repetido.

Les hablo del San José entre los años 1925 y 1945; el de don Joaquín García Monge y el panal de su Repertorio Americano -que para todos tuvo una enmelada celdilla-; el de las tertulias en casa de Carmen Lira, el de Quirós, Juan Rafael Chacón, Carlos Luis Sáenz, Max Jiménez, Emilia Prieto, Carlos Luis Fallas, Francisco Zúñiga, Juan Manuel Sánches, Manuel de la Cruz González, Yolanda Oreamuno, Arturo Echeverría, Fabián Dobles, Adolfo Herrera García, Fernando Luján, Ricardo Segura, Eunice Odio… Poetas, pintores, grabadores, novelistas, escultores De ellos, don Joaquín en el año 1940 tenía sesenta años, y Eunice, la "cumiche’, rosados veinte, pero el grueso del pelotón lo formaban los nacidos a partir de 1900 -corno Max-y que había entrado en la treintena trasudando vitalidad y fuerza creadora.

Y ese fermento fecundo, esa burbuja tornasolada dentro de la que vivíamos, suplió con creces la inexistencia de Escuelas universitarias, de Letras o de Artes plásticas, las que fueron reemplazadas por una Cátedra Libre, cuyas clases se ‘impartían’ en la oficinita de don Joaquín, la casa de adobes y tejas de Carmen Lira, los asientos de las ventanas en los bajos del ‘Diario de Costa Rica’, la ‘Compraventa’ de "chunches’ viejos de Arturo Echeverría, o las cantinas de "Chelles" y ‘El Morazan."

Cátedra que supo mezclar sabiamente una bohemia fecunda con la acción política (como la que se desarrolló en la ‘Liga Antifascista durante la Guerra Civil Española); cátedra en la que se intercambiaban conocimientos, dudas, aventuras con el lenguaje o el color, libros (aún puedo revivir el remezón que nos significaron ‘Residencia en la Tierra’, el ‘Romancero Gitano’, o los grabados de Kathe KollWitz y las esculturas y grabados de Ernest Barlach) e infinitas conversaciones hasta el amanecer.

¡Suerte impar la de quienes pudimos compartir esas noches y días, esas luchas y sueños!

___ IV

Pero volvamos a Paco. Hombre de gran elegancia y agudeza mental, como buen ‘renacentista’ se propuso -y lo logró- llegar a ser un artista integral, Para ello fue descubriendo y aventurándose por todos los caminos de las artes plásticas: la caricatura, el dibujo, la pintura al óleo, a la acuarela, el mural, la xilografía, la cromoxilografia… Y se propuso, además, moverse en todas las escalas, desde sus miniaturas coloreadas hasta sus grandes murales. En cuanto a estilos, si bien ya dijimos que pasó por varios, es con el expresionismo cuando su lenguaje formal mejor nos revela, en toda su potencia, su capacidad de acercarnos a la verdad de la vida, como también es cierto que cuando su pincel le cede el lugar a la gubia es cuando nos entrega realidades más evocadoras y alucinantes.

Es también muy suyo, y obliga a la reflexión, la escasa presencia de paisajes en su obra. El foco de su interés ha estado siempre centrado en el alma humana, la de sus modelos, la suya propia y la de sus numerosos ‘dobles’ interiores (tiene muchos más que el común de los mortales). ‘Dobles’ suyos a los que sentimos rotando, como en un caleidoscopio, en sus obras, reflejando su propio mundo interior, iluminador, lastimado, vital, florecido y, en escasos momentos, impiadoso -como cuando debe enfrentarse a la vejez y la muerte.

Y así, con la misma livianura con que pasea sus ochenta y un años por los prados del campus universitario, se renueva y renueva en una pasmosa y continua creatividad, que no creemos gratuita, ni un don del cielo, sino producto de una libertad que se ha autoconcedido siempre, negándose a cualquier cosa que pudiera limitársela.

Y Paco es además, para ir terminando, una especie de cajita china o "matrioshka" rusa, pues tenemos que también es excelente y finísimo memorialista y poeta.

¡Qué le vamos a hacer, así nació!

Pero, y esto que sigue es muy importante, no habría llegado a ser, como él mismo lo ha dicho y escrito, el gran artista que es si no hubiera tenido una profunda sensibilidad social. Patente está en su obra. Patente en el gran calor humano con que su caligrafía abriga a los seres más atrapados por la soledad y la desventura.

Además le remordía (re-mordía) la idea de que su arte quedara recluido sólo en casas particulares y aspiró a un arte a la vista de todos, incluso de los más misérrimos, los que, a lo sumo, tienen un cromo de angelitos pegado en la pared con dos tachuelas. Y a ese profundo sentido social le debemos sus murales en las distintas clínicas y hospitales del Seguro Social y su devoción por el grabado. Este, como es sabido, pertenece a las artes gráficas, y por definición está hecho para multiplicar la imagen. Amigo carnal de los primeros libros impresos, si bien aún conlleva ese menester se ha independizado además y adquirido un valor intrínseco. Y aun cuando puede multiplicarse, en tirajes de 25, 50 o más cada copia es considerada un original.

___ V

Digamos algo ahora de su creación misma. Una de las primeras cosas que admiramos en ella es su capacidad de síntesis. (En parte se la debe a su temprana vocación por la caricatura, la que nunca, de paso, abandonó, como se aprecia fácilmente en sus grabados). Y esa capacidad de síntesis roza la genialidad. Con cuatro rasgos queda tallado no sólo un cuerpo o un rostro sino toda una vida, con su fardo de alegrías efímeras, recuerdos nostálgicos o heridas secretas. Un solo contorno y surgen todas las características de una imagen, con una notable economía de medios, tanto técnicos como formales.

Tenemos, además, en su enorme aporte al grabado latinoamericano, algo que en nuestro continente nadie había utilizado antes: el color. Y no el color como un simple valor agregado, sino el color encarnándose en el grabado con toda su fiereza, su dulzura, su fuerza, su sensualidad y su melodía. Mírense sus grabados y piénsese en qué pobres serían, los a color, si fueran sólo en blanco y negro.

Y el color -¡atención!- a veces lo obliga a una pasada más, como en el retrato de ‘Isabel’, en el que el rojo sólo hierve en el anillo y en el labio superior de la modelo, Sólo allí.

En su oficio están, además, intrincablemente entrelazados el hombre y el artista, Para ello terminó por encontrar, en la amplia gama de posibilidades de las artes plásticas, la que mejor se adoptaba a su visión del mundo, de la vida y de su propia personalidad -el grabado- a partir de lo cual ésta se afirmó y desbordó, Al mismo tiempo, engarzándose con nuestro siglo deslumbrante y terrorífico jamás se quedó encapsulado en su arte, sino que puso su corazón al compás de la historia siempre que considero imprescindible hacerlo.

De la raíz anterior brota su tierno amor por su tierra, sus campesinos, calles y carretas, beatas, borrachitos y prostitutas, ‘esfinges en su balcón’ y seres solitarios que las llaman con el desamparo de ademanes inútiles. O sus mujeres solas en cuartos solos o en escaleras oníricas, alrededor de la dama ígnea, deslumbrante, translúcida y fantasmal.

Y esa niña que resiste los siete ventarrones, con un ojo si y un ojo no, firme en sus piecesitos descalzos porque sabe, aunque no sepa todavía que ya lo sabe, que en su vientre esta el germen de la vida, a la que ella, flaquita y desvalida, se debe, y que no puede haber ventarrón en el mundo capaz de arrebatárselo.

Y el escalofrío de sus ‘Viejos Esperando la Muerte’, estolidos, descompuestos por el terror y la obsesión, oyendo ya las castañuelas resecas, sin pausa y sin consuelo. Y el obsesivo y obsesionado friso de los ‘Los Observadores Observándonos’, con su eterno ir y volver velazquiano que sume a nuestro ojo en el vértigo de un juego de ojos en espejo, y que terminan por no ser ojos los que vemos porque los vemos sino porque nos ven y podrían ser ojos si dejáramos de verlos, pero no podemos, y se convierten en ojos-periscopio, ojostaladro, berbiquí o serrucho, que no sólo te desnudan sino que te descarnan hasta que ¡ya, por favor, dejen de verme ya, malditos!

Gran artista, por último, que no elude ninguna dificultad sino, por lo contrario, que las busca, porque bien sabe que así hay lucha y que sin esta no hay vida ni hay arte y que es así y sólo así como puede alimentar su soledad creadora hasta encontrar el modo, la forma, la solución, y que nos viene dando desde hace casi setenta años, el ejemplo de una responsabilidad impresionante y de una vida llevada con liviandad y gracia, con gravedad y hondura. Y todo con alegría, la alegría de vivir y de haber hecho lo que lleva hecho y de haber sido generoso con todos dándose a todos, y de ser, en fin, un venerable, venerado, amable y amado gran artista.


Francisco Amighetti

 

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