___ I
Si en arte existieran pautas o valores permanentes
no habría arte, sólo repetición
o eco -cercano o lejano- de todo lo ya hecho desde
Font-de-Gaume, Shen-fu-chun o Bonampak. Tampoco en
arte -¡asómbrense!- existe el tiempo.
Para los ‘Bisontes’ de Altamira, la ‘Puerta
de los Leones’ o las ‘Bailarinas’
de Cnossos el Tiempo no pasa. Así, sencillamente:
¡no pasa!
Son olas. Una ola otra ola otra ola otra ola…
Infinitas. Unas tiernas, con encajes y traje de organdí;
otras mansas, pero con poderosos músculos ventrales;
o pavorosas, preñadas de espanto, amigas de
la muerte. Todas ellas, si, eso si, con el ineludible
deber de ceder el paso a la ola que viene detrás,
la que ya está trepándosele en las ancas
a la anterior.
¿Y cuál ha sido la ola más grande
de todas las olas? Pero, ¿es que hubo alguna
vez la más grande? ¿O cada una fue la
‘más grande’ cuando fue? ¿No
han visto el mar? ¿No se han dado cuenta de
que cada ola, cuando está en su trono, en ese
centésimo de segundo en que despliega todo
su poderío, es la más grande de todas?
Sí, no hay metros ni pautas en el arte. Por
contrario, ante lo que estamos es ante una ecuación
con un número infinito de incógnitas
y lo que se exige es resolver al menos una, una sola.
La que nos corresponde. ¿Por qué así?
Porque si bien el arte es una forma de conocimiento
de la realidad, el conocer es social, pero tembién
personal. Y, en arte, mayoritariamente personal. Nadie
puede concebir su obra partiendo de lo que otro conoce
o ha vivido. Y cada cosa es distinta, en algo, para
cada uno: un camello para mí, un cocodrilo
para una parisiense, una orquídea para un ciego,
una estrella para Einstein. Y es precisamente lo anterior
lo que abre caminos innumerables para la creación
artística. Eso: que cada sueño, crepúsculo,
ritmo, relación amorosa, participación
y lucha o zapato viejo, sean todos distintos para
cada uno. Y que a cada uno de dos gemelos monocigotícos
les diga cosas distintas la ‘Barcarola’
de Chopin.
¿Y si acaso alguien descubriera el mínimo
común divisor humano’ (si existiera computadora
capaz de encontrarlo, trabajando años luz a
todo trapo)? Esa respuesta dependería de quien
hubiera programado a la computatora, por lo que habría
que sacar entonces el mínimo común divisor’
de todos los programadores para que el programa que.
No sigo.
¡Qué rico, qué asombroso, qué
complejo resulta el proceso de la creación
de la obra de arte: escultura, novela, retrato, pirámide,
sonata, ‘pas de deux’, poema o rascacielo.
Qué laberíntico el proceso de su creación
y que laberíntica la manera como llega al corazón
de cada cual. De cada cual: de cada ser humano, con
su maravillosa condición de ser único,
singular e irrepetible.
Entonces, sí, el arte es una forma de conocimiento
de la realidad. ¡En China el color del luto
es el blanco! Y si es así, ¿les puede
entonces decir lo mismo el "blanco" a los
chinos que a nosotros?
___ II
Al final de la primera década de este siglo,
en la cintura de América nació un niño.
Parecía común y corriente, sólo
que desde muy chico fue distraído, -’ido’
que llaman- y tan precozmente enamoradizo que les
levantaba la enaguas a las niñitas en la escuela.
Les tenía, además, miedo a los murciélagos
y mucho miedo al diablo. Era delgado, casi flacucho.
Y más que jugar a los trompos o a la pelota
le gustaba observar las vetas de la madera, el entrelazamiento
de las ramas de un higuerón o el rebaño
asustadizo de las nubes cuando soplaban los nortes.
Y en particular le gustaba el ambiente cálido
de la cocina, con su techo de tejas, su pila llorando
por un trapito y la boca iracunda del fogón.
Le gustaba porque allí podía crear,
crear, con la masa del maíz, muñequillos
-conejos, ranas, pescaditos- que después ponía
a cocer arrimados al comal. Y un día -día
que iba a ser definitorio en su vida- sacó
un tizón de la cocina y comenzó a dibujar
con él, en el aire, como con un pincel, hermosísimos
arabescos purpúreos. Los primeros que hizo
le produjeron gran perplejidad. Eran fugacísimos,
pero de un modo misterioso persistían en sus
pupilas absortas, como si un si un finísimo
buril los hubiera grabado allí para que perduraran
unos segundos más en la retina. Se sobrecogió.
Y el escalofrío alborozado que sintió
en el corazón fue aun mayor que el que sentía
cuando le levantaba las enaguas a la s chiquillas
en la escuela.
Por esos años un incendio devoró la
casa. El fuego: amigo desleal, traidor; pincel ígneo,
pero en manos del diablo. ¿No habría
sido un castigo? Ya ellos eran pobres y quedaron aún
más pobres. No habría sido alguien que
le cobraba así haber estado "creando"
animalitos y figuras de fuego?
Venció el miedo y siguió haciéndolos.
Toda su vida siguió haciéndolos. Y no
sabe hacer otra cosa.
A ese niño lo bautizaron Francisco, pero le
decían Paquito. Y nadie sabía entonces,
y el propio Paquito menos que nadie, que llegaría
a ser uno de los grandes artistas de América.
___ III
No es un alma simple, no, qué va. aunque a
primera vista lo parezca. Si lo fuera no habría
podido expresar una realidad tan sugerente, profunda
y contradictoria como la que tintinea rebulle o se
desangra en SU obra - Pero, no siendo simple , si
tiene, su alma condición de espejo clarísimo
o de poza de río que deja ver los guijarros
del fondo.
Su vida tampoco ha sido siempre serena o plácida,
aunque, como su alma, pudiera a primera vista parecerlo
Si lo hubiera sido no habría logrado expresar
una realidad humana tan densa, y de su corazón
no habrían caído gotas mezcladas de
rocío y de sangre.
Nos recuerda -pensándolo-queriéndolo
que es como siempre lo recordamos-aquellos tapones
de cristal tallado con que jugábamos de niños,
haciéndolos girar para que el rayo de sol cubriera,
con todos los colores del iris, la blancura de una
pared encalada.
Fue autodidacta y no lo oculta; al contrario, lo enorgullece.
Sin estudios regulares académicos, su invencible
vocación interior lo conduce por un camino
empinado, en el que cualquiera se desalienta, tropieza
o cae. Y él tropezó, pero no se desalentó
y menos cayó. Manera exigente y única
que tiene el autodidacta de aprender.
Y emociona oírlo hablar de sus aprendizaje,
pues da la ilusión de estar oyendo a un campesino
contándole a su compadre, con su lenguaje más
simple, cómo aprendió a podar, a deshijar,
a socolar… Y en esto algo -o mucho- tiene que
ver el hecho de que son las artes plásticas,
de todas las artes, las que guardan un parentesco
mayor y más saludable con los oficios.
Que su autodidactismo no induzca, eso sí, a
creer que no recibió influencias. Por supuesto
que las tuvo: como el más pintado. Cuenten
las más notorias de Picasso y verán
con que facilidad pasan de la docena. Las de Amigheti
incluyen el expresionismo alemán de postguerra;
fugaz la del cubismo; hondas las del trecento y cuatrocento
italianos’, que le llegaron tanto por la sangre
como por la tinta; un toque de Spilinbergo; luego
los mexicanos - en particular Posada y Rivera- y,
la última y sin duda la más benéfica,
la de los inmensos grabadores japoneses, Hokusai e
Hiroshige.
Y es que es así. ¡Si lo sabremos los
autodidactas! Tú tomas de aquí, de allá,
de acullá; luego revuelves bien (tu fórmula
va a ser única y secreta) y al final le agregas
una pizca de ti mismo y… ¡listo! La gracia
es, primero, revolver tan bien que ninguno dc los
ingredientes se reconozca, o que se reconozca lo menos
posible. (Desde luego que todo lo anterior es mucho
mas complejo, pues cada uno asimila, del mismo alimento,
distintas sustancias).
Lo segundo, que esa pizca propia te salga muy de adentro,
para que sea novedosa, para que valga la pena. ¿Y
cómo logras que sea novedosa? Siendo sincero.
Porque siendo -como somos- seres singulares, únicos
e irrepetibles, todos tenemos algo que no tiene nadie
más. Y la sinceridad es la única que
puede sacarlo a flote.
¿Hay otros caminos? Tal vez, Tal vez el mar
lo sepa.
¿Y por qué conviene señalar lo
anterior? Para llegar a la conclusión muy simple
de que así ha ocurrido y así ocurrirá,
con los chicos, los medianos y los genios. A esa ley
nadie escapa: hará el ridículo quien
lo intente y, peor, quien se jacte de haber escapado.
El problema es otro. ¿Cuánto es lo propio,
cuánto es la "pizca’ que uno agrega
(si acaso agrega algo) al gigantesco fondo común
del arte que ha venido acumulando la humanidad desde
hace cientos de miles de años? Porque esa "nadita’
es, en última instancia, lo único que
cuenta. Y la ‘pizca’, o la nadita’
de Paco Amighetti ha sido muy suya y muy rica, tanto
que le permitió adquirir un estilo inconfundiblemente
amighettiano’, con lo difícil es alcanzar
un estilo personal índividualizable. Tan difícil
que eso lo catapultó y hoy figura entre los
más grandes -escasos- maestros del grabado
de todo el Continente. Seríamos inexactos y
por lo tanto injustos si de lo anterior no añadiéramos
algo muy ‘importante: el ambiente en el que
Amnighetti se formó, el San José de
su adolescencia y primera juventud. El generoso, fecundo
y alentador ambiente que hizo madurar en Costa Rica
dos generaciones sucesivas de artistas y escritores.
Vivir ese ambiente era vivir -dentro de una burbuja
de libertad, creatividad y fraternidad. Un clima humano
o atmósfera cultural y vital que milagrosamente
se produjo en el San José de entonces -por
otra parte tan municipal y mísero- y que no
se iría a a repetir en Costa Rica. O que hasta
ahora, por lo menos, no se ha repetido.
Les hablo del San José entre los años
1925 y 1945; el de don Joaquín García
Monge y el panal de su Repertorio Americano -que para
todos tuvo una enmelada celdilla-; el de las tertulias
en casa de Carmen Lira, el de Quirós, Juan
Rafael Chacón, Carlos Luis Sáenz, Max
Jiménez, Emilia Prieto, Carlos Luis Fallas,
Francisco Zúñiga, Juan Manuel Sánches,
Manuel de la Cruz González, Yolanda Oreamuno,
Arturo Echeverría, Fabián Dobles, Adolfo
Herrera García, Fernando Luján, Ricardo
Segura, Eunice Odio… Poetas, pintores, grabadores,
novelistas, escultores De ellos, don Joaquín
en el año 1940 tenía sesenta años,
y Eunice, la "cumiche’, rosados veinte,
pero el grueso del pelotón lo formaban los
nacidos a partir de 1900 -corno Max-y que había
entrado en la treintena trasudando vitalidad y fuerza
creadora.
Y ese fermento fecundo, esa burbuja tornasolada dentro
de la que vivíamos, suplió con creces
la inexistencia de Escuelas universitarias, de Letras
o de Artes plásticas, las que fueron reemplazadas
por una Cátedra Libre, cuyas clases se ‘impartían’
en la oficinita de don Joaquín, la casa de
adobes y tejas de Carmen Lira, los asientos de las
ventanas en los bajos del ‘Diario de Costa Rica’,
la ‘Compraventa’ de "chunches’
viejos de Arturo Echeverría, o las cantinas
de "Chelles" y ‘El Morazan."
Cátedra que supo mezclar sabiamente una bohemia
fecunda con la acción política (como
la que se desarrolló en la ‘Liga Antifascista
durante la Guerra Civil Española); cátedra
en la que se intercambiaban conocimientos, dudas,
aventuras con el lenguaje o el color, libros (aún
puedo revivir el remezón que nos significaron
‘Residencia en la Tierra’, el ‘Romancero
Gitano’, o los grabados de Kathe KollWitz y
las esculturas y grabados de Ernest Barlach) e infinitas
conversaciones hasta el amanecer.
¡Suerte impar la de quienes pudimos compartir
esas noches y días, esas luchas y sueños!
___ IV
Pero volvamos a Paco. Hombre de gran elegancia y agudeza
mental, como buen ‘renacentista’ se propuso
-y lo logró- llegar a ser un artista integral,
Para ello fue descubriendo y aventurándose
por todos los caminos de las artes plásticas:
la caricatura, el dibujo, la pintura al óleo,
a la acuarela, el mural, la xilografía, la
cromoxilografia… Y se propuso, además,
moverse en todas las escalas, desde sus miniaturas
coloreadas hasta sus grandes murales. En cuanto a
estilos, si bien ya dijimos que pasó por varios,
es con el expresionismo cuando su lenguaje formal
mejor nos revela, en toda su potencia, su capacidad
de acercarnos a la verdad de la vida, como también
es cierto que cuando su pincel le cede el lugar a
la gubia es cuando nos entrega realidades más
evocadoras y alucinantes.
Es también muy suyo, y obliga a la reflexión,
la escasa presencia de paisajes en su obra. El foco
de su interés ha estado siempre centrado en
el alma humana, la de sus modelos, la suya propia
y la de sus numerosos ‘dobles’ interiores
(tiene muchos más que el común de los
mortales). ‘Dobles’ suyos a los que sentimos
rotando, como en un caleidoscopio, en sus obras, reflejando
su propio mundo interior, iluminador, lastimado, vital,
florecido y, en escasos momentos, impiadoso -como
cuando debe enfrentarse a la vejez y la muerte.
Y así, con la misma livianura con que pasea
sus ochenta y un años por los prados del campus
universitario, se renueva y renueva en una pasmosa
y continua creatividad, que no creemos gratuita, ni
un don del cielo, sino producto de una libertad que
se ha autoconcedido siempre, negándose a cualquier
cosa que pudiera limitársela.
Y Paco es además, para ir terminando, una especie
de cajita china o "matrioshka" rusa, pues
tenemos que también es excelente y finísimo
memorialista y poeta.
¡Qué le vamos a hacer, así nació!
Pero, y esto que sigue es muy importante, no habría
llegado a ser, como él mismo lo ha dicho y
escrito, el gran artista que es si no hubiera tenido
una profunda sensibilidad social. Patente está
en su obra. Patente en el gran calor humano con que
su caligrafía abriga a los seres más
atrapados por la soledad y la desventura.
Además le remordía (re-mordía)
la idea de que su arte quedara recluido sólo
en casas particulares y aspiró a un arte a
la vista de todos, incluso de los más misérrimos,
los que, a lo sumo, tienen un cromo de angelitos pegado
en la pared con dos tachuelas. Y a ese profundo sentido
social le debemos sus murales en las distintas clínicas
y hospitales del Seguro Social y su devoción
por el grabado. Este, como es sabido, pertenece a
las artes gráficas, y por definición
está hecho para multiplicar la imagen. Amigo
carnal de los primeros libros impresos, si bien aún
conlleva ese menester se ha independizado además
y adquirido un valor intrínseco. Y aun cuando
puede multiplicarse, en tirajes de 25, 50 o más
cada copia es considerada un original.
___ V
Digamos algo ahora de su creación misma. Una
de las primeras cosas que admiramos en ella es su
capacidad de síntesis. (En parte se la debe
a su temprana vocación por la caricatura, la
que nunca, de paso, abandonó, como se aprecia
fácilmente en sus grabados). Y esa capacidad
de síntesis roza la genialidad. Con cuatro
rasgos queda tallado no sólo un cuerpo o un
rostro sino toda una vida, con su fardo de alegrías
efímeras, recuerdos nostálgicos o heridas
secretas. Un solo contorno y surgen todas las características
de una imagen, con una notable economía de
medios, tanto técnicos como formales.
Tenemos, además, en su enorme aporte al grabado
latinoamericano, algo que en nuestro continente nadie
había utilizado antes: el color. Y no el color
como un simple valor agregado, sino el color encarnándose
en el grabado con toda su fiereza, su dulzura, su
fuerza, su sensualidad y su melodía. Mírense
sus grabados y piénsese en qué pobres
serían, los a color, si fueran sólo
en blanco y negro.
Y el color -¡atención!- a veces lo obliga
a una pasada más, como en el retrato de ‘Isabel’,
en el que el rojo sólo hierve en el anillo
y en el labio superior de la modelo, Sólo allí.
En su oficio están, además, intrincablemente
entrelazados el hombre y el artista, Para ello terminó
por encontrar, en la amplia gama de posibilidades
de las artes plásticas, la que mejor se adoptaba
a su visión del mundo, de la vida y de su propia
personalidad -el grabado- a partir de lo cual ésta
se afirmó y desbordó, Al mismo tiempo,
engarzándose con nuestro siglo deslumbrante
y terrorífico jamás se quedó
encapsulado en su arte, sino que puso su corazón
al compás de la historia siempre que considero
imprescindible hacerlo.
De la raíz anterior brota su tierno amor por
su tierra, sus campesinos, calles y carretas, beatas,
borrachitos y prostitutas, ‘esfinges en su balcón’
y seres solitarios que las llaman con el desamparo
de ademanes inútiles. O sus mujeres solas en
cuartos solos o en escaleras oníricas, alrededor
de la dama ígnea, deslumbrante, translúcida
y fantasmal.
Y esa niña que resiste los siete ventarrones,
con un ojo si y un ojo no, firme en sus piecesitos
descalzos porque sabe, aunque no sepa todavía
que ya lo sabe, que en su vientre esta el germen de
la vida, a la que ella, flaquita y desvalida, se debe,
y que no puede haber ventarrón en el mundo
capaz de arrebatárselo.
Y el escalofrío de sus ‘Viejos Esperando
la Muerte’, estolidos, descompuestos por el
terror y la obsesión, oyendo ya las castañuelas
resecas, sin pausa y sin consuelo. Y el obsesivo y
obsesionado friso de los ‘Los Observadores Observándonos’,
con su eterno ir y volver velazquiano que sume a nuestro
ojo en el vértigo de un juego de ojos en espejo,
y que terminan por no ser ojos los que vemos porque
los vemos sino porque nos ven y podrían ser
ojos si dejáramos de verlos, pero no podemos,
y se convierten en ojos-periscopio, ojostaladro, berbiquí
o serrucho, que no sólo te desnudan sino que
te descarnan hasta que ¡ya, por favor, dejen
de verme ya, malditos!
Gran artista, por último, que no elude ninguna
dificultad sino, por lo contrario, que las busca,
porque bien sabe que así hay lucha y que sin
esta no hay vida ni hay arte y que es así y
sólo así como puede alimentar su soledad
creadora hasta encontrar el modo, la forma, la solución,
y que nos viene dando desde hace casi setenta años,
el ejemplo de una responsabilidad impresionante y
de una vida llevada con liviandad y gracia, con gravedad
y hondura. Y todo con alegría, la alegría
de vivir y de haber hecho lo que lleva hecho y de
haber sido generoso con todos dándose a todos,
y de ser, en fin, un venerable, venerado, amable y
amado gran artista.