| Francisco 
                            Amighetti   
                             Stephan Baciu1967
 
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  Haga 
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                            paisaje centroamericano, en cualquier dirección 
                            que se recorra por tierra, viajando en autobús, 
                            en tren o a pie, se presenta, bajo lo más variados 
                            aspectos, como una unidad geográfica y social, 
                            cuya característica principal, era y continua 
                            siendo, el ambiente provinciano. Demos a esta palabra, 
                            algo desprestigiada, su mejor y más genuina 
                            concepción. En pleno siglo 
                            XX, Centroamérica es, a pesar del progreso 
                            económico e industrial alcanzado especialmente 
                            en cintas regiones durante las últimas décadas, 
                            una gran provincia, que va desde la frontera panameño- 
                            costarricense hasta la guatemalteco- mexicana. El 
                            ambiente a que nos referimos, avanza claro esta, en 
                            el Sur, hasta muy adentro de Panamá, y en el 
                            Norte, en México, a despecho del cosmopolitismo 
                            de la capital panameña y de la manera de vivir 
                            mexicana. En toda Centroamérica, 
                            existe actualmente- vamos a dejarlo muy claro una 
                            vez más, no obstante el progreso industrial 
                            que comenzó a surgir en los últimos 
                            años de la década de los 30- una sola 
                            capital que, en escala internacional, va caminando 
                            hacia la gran formación de una ciudad moderna, 
                            aunque en el futuro sea algo distante: la Ciudad de 
                            Guatemala. Las demás ciudades centroamericanas, 
                            incluidas todas capitales, poseen en parte aspectos 
                            o características de ciudades modernas en pleno 
                            desarrollo pero continúan siendo provincianas, 
                            lo que se nota de manera especial en Tegucigalpa, 
                            sin duda alguna la menor de las capitales del istmo. Si colocamos 
                            el problema en el terreno puramente material, en el 
                            sentido norteamericano de “progreso”, 
                            no tendremos razones para encarar su situación 
                            actual de manera muy optimista, pero, por otro lado, 
                            si dejamos de analizarla bajo ese ángulo meramente 
                            material, tendremos muchas razones para decir que, 
                            felizmente, la realidad centroamericana esta moviéndose 
                            todavía en un aspecto diferente del mundo de 
                            la técnica y de la mecanización contemporáneas.En las ciudades, los hombres conocidos- y éstos 
                            no deben ser forzosamente políticos o militares- 
                            son identificados fácilmente por cualquier 
                            persona que transita por las calles; escritores, artistas, 
                            abogados, famosos, son, en cualquier punto de Centroamérica, 
                            por lo menos tan conocidos como las grandes jugadores 
                            de de base-ball en los Estados Unidos y de foot-ball 
                            en Brasil.
 En Guatemala 
                            por ejemplo, César Brañas y Rafael Arévalo 
                            Martínez, eran, en la calle, figuras populares, 
                            como es Pablo Antonio Cuadra en Nicaragua; pero ya 
                            no lo son tanto así Octavio Páez en 
                            México, ni Juan Liscano en Caracas, ni Jorge 
                            Luis Borges en Buenos Aires. Es que las fronteras 
                            humanas en los demás países americanos 
                            tienen otra magnitud, y a celebridad se aprecia en 
                            otras medidas y otras dimensiones. Hay muchas 
                            razones para poder explicar el provincianismo centroamericano. 
                            En un punto moderno manipulado por IBM, por números 
                            siglas, por ZIP-CODES y otras conquistas técnicas, 
                            existen todavía, felizmente, direcciones como 
                            ésta: tres varas al Sur del Parque Morazán 
                            o cuadra y media al Norte del Teatro o, esta otra, 
                            magnifica en su involuntaria poesía, que me 
                            fue dada por un poeta nicaragüense: De las delicias 
                            de Volga tras cuadras para arriba. No hay duda 
                            de que, para encontrar elementos capaces de ser comprobados 
                            con este mundo bucólico, tendremos que ir directamente 
                            al campo o retroceder a una época casi “prehistórica”, 
                            en la cual Stephan Mallarmé acostumbraba escribir 
                            en las cartas que enviaba, extrañas direcciones 
                            en verso, que siempre eran encontradas por los carteros, 
                            y que hoy son la delicia de los investigadores literarios. En Centroamérica 
                            los vendedores de frutas, de queso y leche, andan 
                            por las calles pregonando sus mercaderías y 
                            paran frente a las casas de sus habituales clientes; 
                            en Centroamérica cuando pasa un entierro, se 
                            sabe casi siempre quien es el difunto que yace en 
                            el cajón; en la Centroamericana de hoy, como 
                            en los mejores días de Luis Carlos López, 
                            en ciudades de segunda categoría, esto es, 
                            en aquellas que siguen en importancia a las capitales, 
                            el boticario, el párroco, el Director del Banco, 
                            el Comisario de la Policía y el Juez, son figuras 
                            notables, en torno a quienes se mueve una gran parte 
                            de la vida social, económica y política; 
                            en Centroamérica, las columnas sociales de 
                            los periódicos se escriben todavía como 
                            en a época de Rubén Darío; en 
                            Centroamérica, las iglesias siguen tocando 
                            las campanas tal como se acostumbraba en tiempos pasados, 
                            y su sonido, bien fuerte, se expande sobe el cielo 
                            azul y claro. Aunque el humo de las fábricas 
                            y el ruido del tránsito es cada día 
                            más amenazador, Centroamérica conserva 
                            todavía su parte de paz y de calma, a la que 
                            solo se le puede dar un nombre: provincia. Ni las revoluciones 
                            de carácter socialista, ni los aviones a chorro, 
                            ni el impacto del cosmos, ni la era atómica, 
                            ni la civilización de las vending machines 
                            consiguieron, hasta hoy, que este estilo de vida cambiase 
                            profundamente, lo que tal vez podrá servir 
                            de inquietud a arquitectos, ingenieros y comerciantes, 
                            pero mostrara a los poetas una vida que esta en vías 
                            de desaparecer de nuestro tiempo.La provincia en la poesía latinoamericana, 
                            fue, a pesar de todos los movimientos de vanguardia, 
                            una presencia constante. De tal manera, que hasta 
                            los más notables poetas, renovadores, en sentido 
                            revolucionario, son, bajo ciertos aspectos, poetas 
                            de la provincia, lo que, naturalmente, no significa 
                            que puedan ser definidos como poetas provincianos, 
                            esto es,” poetas de provincia”.
 Para darse 
                            cuenta de la complejidad de este tema, basta mencionar, 
                            el nombre de Jorge Luis Borges, que, a pesar de su 
                            inicial”ultraísmo” y de la importancia 
                            renovadora de su obra, es, hasta hoy, uno de los más 
                            típicos poetas de un Buenos Aires provinciano 
                            (Fervor de buenos Aires), pudiendo decirse lo mismo 
                            de Cesar Vallejo, en cuyos versos iniciales, Lima, 
                            la gran ciudad de provincia, dejo señales características 
                            y poco estudiadas. Es el mismo caso de Manuel Bandeira, 
                            “San Joao Batista”, del modernismo brasileño, 
                            en cuya poesía las ciudades de la provincia 
                            como Recife, Teresópolis y Petrópolis, 
                            aparecen a través de los años con una 
                            frecuencia que, bajo ciertos aspectos, hacen de Bandeira 
                            un poeta de la provincia brasileña. Si en estos 
                            poetas, todos de primera magnitud, la provincia aparece 
                            esporádicamente, en la obra de otros, bastante 
                            conocidos, constituye una presencia permanente. Y 
                            esto a tal punto, que se puede hablar en la literatura 
                            latinoamericana de una familia de poetas de la provincia, 
                            entre los cuales Francisco Amighetti es el máximo 
                            representante a través de toda su lírica. En la primera 
                            fase de la poesía de Jorge Carrera Andrade, 
                            “Quito, ciudad pacata, provinciana”, es 
                            el símbolo de toda la poesía del autor 
                            que, más tarde, evoluciona hacia una expresión 
                            cósmica, en la cual el mundo ecuatoriano continua 
                            siendo el núcleo central: “los 
                            álamos se doran, los estanques se cubren otra 
                            vez de hojas caídas y parecen sentir las bajas 
                            casas la triste huida de la golondrina” (1) Escribe el 
                            poeta en uno de lo típicos poemas de aquella 
                            época, en la obra” Estanque inefable”, 
                            cuyo título simple apenas en apariencia, representa 
                            no solo un estado del alma, sino un mundo y una visión 
                            poética.La misma visión provinciana aparece constantemente 
                            en otro poeta, el injustamente olvidado y tantas veces 
                            maltratado panameño Demetrio Korsi, uno de 
                            los más representativos cantores de la capital 
                            panameña, cuando esta era menos cosmopolita 
                            de lo que es hoy, y de las ciudades del interior, 
                            a través de sus aspectos típicos: “Iba 
                            el Doctor Mendoza cruzando por Santa Ana: llevaba 
                            bajo el brazo la abogadil cartera: cubría un 
                            jipijapa su testa campechana y cruzó por el 
                            parque y tomó por a acera.” (2)
 En otra parte 
                            dice Korsi: “Es 
                            sábado de cumbia… Se arremolina un gentío 
                            a los sones del acordeón y retiembla el ambiente 
                            de la cantina con la caja y el violín chillón.” 
                            (3) Un típico 
                            poeta de esta familia, desgraciadamente poco conocido, 
                            es el costarricense Asdrúbal Villalobos, genuino 
                            cantor de su tierra, y, al mismo tiempo, de toda Latinoamericana, 
                            quien sigue, como todos, al colombiano Luis Carlos 
                            López, que llevo la poesía provinciana 
                            a toda latinoamerica al nivel universal. Autor de 
                            pocos poemas, Asdrúbal Villalobos consiguió 
                            enmarcar en sus versos, todo el tedio, toda la triste 
                            poesía de su provincia, en un estilo cuyo aparente 
                            humorismo encierra, de hecho, como en otros poetas, 
                            una tragedia, donde la soledad humana es el punto 
                            central: “Y yo 
                            bajo el alero torcido de la esquina manos en el bolsillo, 
                            espero, amada mía, que desde tu ventana tu 
                            mirada bovina ahuyente el desamparo que da la tarde 
                            fría.” (4) Tras el humor, 
                            al cual varios críticos se han referido tanto 
                            al comentar los versos de Villalobos como los de los 
                            demás poetas de la provincia latinoamericana, 
                            se esconde la decepción y la amargura, de la 
                            que no existe más salida que el grito de ironía 
                            o de protesta como en estos versos de Luis Carlos 
                            López: “Pobres 
                            muchachas, pobres muchachas tan inútiles y 
                            castas, que hacen decir al Diablo, con brazos en cruz 
                            “Pobres muchachas.” (5) O también 
                            del mismo poeta colombiano, estos versos repletos 
                            de amarga ironía: “En 
                            su oscura calle que pudiera ser un primor entre diez 
                            mil primores… no existe ni una flor, ni una 
                            siquiera y se llama La Calle de las Flores.”(6) En Luis Carlos 
                            López lo que en los otros poetas ese acento 
                            caricaturesco, adquiere un aire sombrío, tras 
                            la sonrisa soñadora, y esto con tal alcance, 
                            que a mayoría, de sus poesías pueden 
                            servir de motivo para las ilustraciones de una Goya 
                            tropical. No es solamente 
                            en la obra de poetas del mundo hispanoamericano, que 
                            la provincia se refleja de esta manera. En la poesía 
                            brasileña, con un aspecto más sereno, 
                            menos trágico, vive intensamente en los versos 
                            de poetas tan diferentes como Ribeiro Couto, Álvaro 
                            Moreyra, Augusto Meyer, Ascenso Ferreira, y, principalmente, 
                            en Mario Pederneiras, cantor de la tierra carioca, 
                            cuando el Río de Janeiro de comienzos de siglo 
                            era una encantadora y tranquila provincia: “Com 
                            que maguado encanto com que triste saudade sobre mim 
                            atúa esta extranha feiçao das árvores 
                            de rua…E las sao, entretanto, a única ilusao rural 
                            de una Cidade. (7)
 Lo que para 
                            estos poetas es una visión parcial, aunque 
                            fuertemente acentuada a veces, con excepción, 
                            tal vez, de Luis Carlos López, en Francisco 
                            Amighetti se transforma en un Weltanschauung, esto 
                            es, una manera de encarar y juzgar la vida. Esta vida 
                            es para el poeta ya artista costarricense, San José, 
                            y descendiendo hasta un plano menor, su barrio o su 
                            casa. Francisco Amighetti, 
                            en cualquier parte donde este, ve en todas las cosas 
                            la vida de su tierra y de ciudad natal. Y a través 
                            de esta vida y de estas imágenes, universaliza 
                            la provincia de tal manera, que la provincia costarricense 
                            gana carácter universal. El libro de 
                            memorias poéticas Francisco y los caminos contiene 
                            confesiones que explican que nuestra afirmación. 
                            Así, cuando Amighetti llega por primera vez 
                            a Buenos Aires, dice: “No 
                            conocía ciudades grandes, Buenos Aires era 
                            la primera. En algunas esquinas el tránsito 
                            alcanzaba proporciones de sonora catástrofe 
                            con sus tranvías desbocados. En Costa Rica 
                            eran pequeños e iban chirriando hacia el poniente 
                            en mi ciudad rodeada de montañas.” (8) No solo el 
                            autor comparaba la gran ciudad sudamericana con la 
                            capital costarricense, sino que llama a esta “mi 
                            ciudad” subrayando su identificación 
                            con la provincia, frente al mundo de “catástrofe” 
                            argentina. Siguiendo la evocación dice: “Cuando 
                            San José era una capital de sesenta mil habitantes, 
                            bastaba llamar desde lejos para detener el tranvía, 
                            y aún los trenes, sin que mediaran por eso 
                            accidentes ferroviarios.” (9) No existe en 
                            estas palabras nada de irónico; al contrario, 
                            frente a la “catástrofe” del movimiento 
                            de Buenos Aires, Amighetti, se dirige casi melancólicamente 
                            hacia su mundo pequeño.
 Encontrándose en Harlem, y viendo allí 
                            las iglesias, el poeta piensa inmediatamente en su 
                            tierra: “Recordaba las iglesias coloniales de 
                            Guatemala y Nicaragua, su única campana sobre 
                            el silencio indígena, a y el carrillón 
                            me parecía una música de un juguete 
                            al lado de las campanas de los pueblos de Costa Rica, 
                            cuando lloran en los entierros campesinos.”(10)
 Tenemos de 
                            esta manera, en una visión en blanco y negro, 
                            lo que no es inexplicable en un xilograbador, no solo 
                            dos tipos de iglesias, sino dos mundos, dos culturas, 
                            dos civilizaciones, que Harlem evoca en el costarricense 
                            y hace de toda Centroamérica una sola provincia, 
                            unida por el repique de las campanas.Así, de frente al mundo norteamericano, tenemos 
                            el otro, el latino, que gana más relieve, saliéndose 
                            del molde nacional para dar una imagen general de 
                            todo el istmo.
 Cuando Amighetti 
                            estuvo en el Perú, escribió desde Arequipa 
                            estas palabras que pueden ser tomadas como profesión 
                            de fe, constante afirmación de la presencia 
                            provinciana: “Ahora que escribo sobre Arequipa 
                            después de tantos años, me parece estar 
                            hablando de un sueño. No estoy seguro de reconocer 
                            las cosas de que hablo, no porque hayan desaparecido, 
                            sino porque soy otro y en mi han muerto también 
                            muchas cosas.” (11) Tratase de 
                            patética confesión a favor de la provincia, 
                            y esta visión a través de la muerte 
                            del tiempo, unida a los párrafos ya comentados, 
                            facilitará la comprensión del mundo 
                            poético de Amighetti, para lo cual, hasta cierto 
                            punto sirve como llave.
 La obra poética 
                            de Amighetti, aunque se extienda por un espacio de 
                            tiempo superior a tres décadas, es bastante 
                            escasa, bajo el punto de vista de las obras publicadas. 
                            Sus libros de poemas son la colección Poesía, 
                            (12) que inaugura una serie llamada Cuadernos Literarios 
                            del “Círculo de amigos del arte” 
                            y Poesías. (13)
 Las demás 
                            poesías del autor se hallan dispersas en revistas, 
                            casi todas la América Central, muchas en el 
                            Repertorio Centroamericano dirigido por Joaquín 
                            García Monge, del cual Amighetti fue en el 
                            transcurso de los años, no sólo fiel 
                            colaborador, sino también ilustrador. De las 14 poesías 
                            incluidas en el primer opúsculo, nueve están 
                            ligadas al tema provincia. En las restantes, además 
                            del ambiente generalmente provinciano, tan típico 
                            en la vid del poeta, existen frecuentes alusiones 
                            a la provincia, a los objetos o a las figuras de la 
                            vida provinciana. Antes que nada, 
                            debemos analizar el papel y la dimensión de 
                            la provincia en la obra de Amighetti. Tendremos que 
                            destacar el poema titulado ‘Echaré de 
                            menos la provincia”, cuyo título vale 
                            por una declaración de principios, cuyas estrofas 
                            constituyen la reconstrucción de toda la preocupación 
                            poética, artística y humana de Amighetti. “Echaré 
                            de menos la provincia, sus casas encaladas, la gente 
                            que conozco y que siempre me encuentro.Las torres que se asoman por todos los lugares las 
                            calles donde entramos acogidos por tapias.
 Echaré de menos el silencio de ladridos de 
                            perros la soledad de estrellas la sombra de los sapos 
                            y la luna madura rodando por los techos.”(14)
 Aquí 
                            se encuentra concentrado- seguramente sin intención 
                            directa, debido a la visión íntima del 
                            poeta- el mundo provinciano, así como se vive 
                            en Costa Rica, y en general, en todas las partes de 
                            la América Central. Ya se puede hablar, y esto 
                            se nota perfectamente en la poesía de Amighetti, 
                            de cierta universidad de la provincia, aquende y allende 
                            de las fronteras geográficas.  La visión 
                            de las casas encaladas y de la gente desconocida formando 
                            parte del paisaje humano en el ambiente provinciano, 
                            obedeciendo de nuevo ala técnica de blanco, 
                            y negro a la cual ya nos referimos. Vienen enseguida 
                            las torres de las iglesias, tan típicas en 
                            la poesía de Amighetti, y las calles que, por 
                            no ser descritas detalladamente, se transforman en 
                            calles cenicientas y anónimas, como no hay 
                            en otra parte, a no ser en la provincia. El silencio 
                            contrasta también, debido a la técnica 
                            arriba aludida, esta vez de efectos sonoros, con “el 
                            ladrido de los perros”, y la soledad de las 
                            estrellas, que existe en todas partes, se acentúa 
                            en la provincia, donde la “luna madura” 
                            anda por los tejados acompañando no solamente 
                            la soledad de las estrellas, sino toda la noche, que, 
                            en las ciudades de provincia tiene su propia cara, 
                            su perfume, que exhala esta poesía, hecha de 
                            cosas simples, pero que, por esta razón, gana 
                            mas intensidad. El poema “Provincia”, 
                            trae nuevos elementos, cuya existencia solo se imagina 
                            infra-fronteras de pequeñas ciudades y pierde 
                            su vigor o su importancia en una gran ciudad:“En la dulzura 
                            del tiempo
 El tren pitando, se va con el viento” (15)
  O estos versos 
                            inspirados en los restaurantes de San José, 
                            donde anónimos bebedores de alcohol quedan 
                            horas y horas frente a sus copas: “En 
                            la bodega los bebedores se llenan los vasos a los 
                            labios bebiéndose también las campanadas 
                            y al salir encuentran que la iglesia ha crecido internando 
                            en la noche torres y campanarios.”(16) Sin tener la 
                            visión amarga de Luis Carlos López, 
                            Amighetti hace del bebedor una figura caricaturesca, 
                            cuya doble visión o exageración de lo 
                            real, tal vez se explique en el poeta costarricense 
                            a través del arte de los pintores expresionistas 
                            alemanes, que acostumbraban dar a la soledad humana 
                            el aspecto que encontramos en los versos que acabamos 
                            de citar. Este tipo de 
                            poesía no fue debidamente estudiado hasta ahora, 
                            y da a la tristeza provinciana expresada a través 
                            de la borrachera, una dimensión que deja de 
                            ser humorística, o grotesca Amighetti es humanamente 
                            trágico, pero su tragedia humana apenas sugiere, 
                            sin llegar a gritar o acusar, como sucede en el poeta 
                            colombiano. Llegando a 
                            este punto y basándonos todavía en la 
                            visión expresionista de la realidad provinciana 
                            de Amighetti, por medio de la imagen “la iglesia 
                            ha crecido, internando en la noche torres, y campanarios” 
                            tendremos que subrayar un hecho, que a nuestro juicio 
                            tornase de importancia para la comprensión 
                            de la provincia en la poesía de Amighetti: 
                            su poesía, nueva como técnica, contiene, 
                            superpuestas muchas veces sobre un ambiente o tono 
                            “jammesiano”, imágenes de estilo 
                            expresionista. Lo que significa no solamente un acierto 
                            dentro del universo poético, sino la fusión 
                            del artista y del poeta a través de una poesía 
                            que lejos de ser apenas descriptivo, tornase humana 
                            a través de técnicas características 
                            al pintor. Indudablemente 
                            la experiencia cosmopolita de Amighetti, que anduvo 
                            por el mundo, viajando por países sudamericanos, 
                            Estados Unidos y Europa, y recorrió a pie gran 
                            parte del istmo Centroamericano, contribuye en buena 
                            medida para que su visión provinciana ampliada 
                            por su visión universal, fue diferente de los 
                            demás cantores y poetas de la provincia centroamericana, 
                            como Rogelio Sotela, Juan Cotto, Gilberto Gonzáles 
                            y Contreras, o hasta el más moderno de todos 
                            ellos, el nicaragüense Manolo Cuadra. Amighetti hace 
                            universalidad a través del centro americanismo, 
                            de la misma manera como en 1922, los “modernistas” 
                            brasileños, hacían “brasilidad” 
                            a través de la universalidad. Lo que mudó 
                            en el poeta de San José, es la visión 
                            del universo, que es más completa, y su capacidad 
                            de describir poéticamente la provincia sin 
                            usar las técnicas de los poetas que “pintan”, 
                            cuando hacen este género de poesía. 
                            Amighetti, pintor de talento, nunca “pinta” 
                            cuando hace poesía, él vive y hace de 
                            esta vivencia el material fundamental de su poesía. 
                            En Amighetti la provincia es su casa, su barrio, su 
                            ciudad y mediante un proceso de ampliación, 
                            su país, Centroamérica y, enseguida, 
                            la América Latina. Existen en 
                            la poesía de Amighetti para ilustrar esta afirmación, 
                            toda una serie de poemas, a partir de sus primeras 
                            poesías hasta las más recientes, cuyo 
                            tema esta constituido por objetos, escenas o ambientes 
                            característicos de la provincia. Tales poemas, 
                            después de la visión sintética 
                            a la cual nos acabamos de referir, pueden analizarse 
                            hasta los más íntimos detalles, como 
                            por ejemplo, estos versos dedicados al “Tranvía 
                            de mi barrio”, donde hay un elemento de ternura 
                            como si el poeta escribiese sobre un ser amado: “Este 
                            tranvía de mi barrio al que quisiera bañar 
                            con la ternura de un poema recorre su kilómetro 
                            todo el día con su andar chirriado de paralítico, 
                            tranvía borracho que se toma en las taquillas… 
                            que se detiene frente a los entierros para no matar 
                            2 veces al muerto… que mezcla su música 
                            con las campanas de la iglesia.” (17) El tono irónico 
                            con el cual alude al tranvía, presentándolo 
                            como un borracho, se apaga cuando el poeta se refiere 
                            a las campanas de la iglesia, cuya música se 
                            mezcla con el ruido del tranvía. Es una nota 
                            extremadamente conmovedora que nada tiene que ver 
                            con el elemento “técnico” al cual 
                            casi siempre se refiere a tales ocasiones. Otra nota representativa 
                            en las casas antiguas de la provincia es el filtro 
                            de agua al que Amighetti dedica el poema de rara belleza 
                            “El filtro” comparándolo al cuerpo 
                            de una mujer, en una clara intención de aproximar 
                            el agua del filtro a la leche materna: “El 
                            filtro nació en la casa, es como el seno de 
                            piedra de una virgen indígena es el reloj de 
                            agua que cantará mis días cerca de la 
                            tinaja enrojecida y húmeda”. (18) Objeto olvidado 
                            que esta desapareciendo poco a poco del uso diario, 
                            permaneciendo solo en las casas antiguas, eliminado 
                            por la técnica, por los edificios de varios 
                            pisos que poseen instalaciones más modernas, 
                            el filtro, en toda su dignidad de barro, objeto de 
                            valor artístico e higiénico, fue pocas 
                            veces alabado por los poetas. Amighetti lo saca del 
                            olvido y lo modela en palabras. Los domingos 
                            provincianos son otro elemento que constituye un mundo 
                            en sí, y es un tema que atrajo la atención 
                            de los poetas, siendo llevado al cine neorrealista 
                            italiano. El domingo es para Amighetti un universo 
                            cerrado en sí, y en el poema “Domingo” 
                            se mezclan otros elementos, otros detalles, que hacen 
                            de los domingos, días diferentes de los demás 
                            días de la semana: “El 
                            domingo mancha el candor del ocio y hasta las flores 
                            y las plantas tienen la inquietud de los niños 
                            “mudados” a quienes se les encarga no 
                            juzgar ni ensuciarse” (19) En el mismo 
                            poema el poeta dice: “Para los que hemos perdido 
                            la inocencia y no oímos la misa y nos arrepentimos 
                            de haber ido a los cines los matínes de los 
                            domingos., sólo nos queda el arte como un bálsamo 
                            para soñar en los días aburridos.” Lo que no es 
                            otra cosa, sino una dignificación del domingo 
                            frente a los otros días de la semana. Esto 
                            sin ningún alarde religioso, a través 
                            de un pensamiento que llega del fondo del alma, casi 
                            como un remordimiento.  El tren, que 
                            en la gente provinciana despierta deseos de salir, 
                            de viajar para un mundo desconocido, constituye una 
                            de las constantes poéticas de Amighetti. Y 
                            como no podía dejar de ser, son los trenes 
                            de la noche, cuando el negro de los vagones se mezcla 
                            con las sombras y la oscuridad, que llama la atención 
                            del poeta como sucede en “Nocturno de los trenes”: 
                            “Mi corazón 
                            anclado oye los trenes de la noche: sus ventanas doradas, 
                            la hoguera de la máquina y a la tiniebla abriéndose 
                            su entraña con estrellas: Los puentes donde 
                            suena diferente la música y sopla el viento 
                            tétrico, mientras en el abismo el río 
                            enfurecido gruñe como una bestia.” Después 
                            de haber dado una nota de violencia a la naturaleza 
                            y al paisaje humano, como a veces sucede en la poesía 
                            de Amighetti, el poeta la hace amable, simpática, 
                            llegando a dar al mundo una visión banal de 
                            las cosas, de las cuales hace su arte: “Las 
                            estaciones donde venden mujeres el café y las 
                            frutas., un hombre con frío levanta una linterna, 
                            y una estación donde no venden nada.” La iglesia 
                            provinciana aparece hasta en la visión del 
                            tren, como una imagen de gran fuerza plástica: 
                            “!Oh, tren! Tu 
                            campana es como una Iglesia en marcha y tus redondos 
                            ojos grandes dos lunas.” Lo que constituye 
                            una evocación inédita del tren, tantas 
                            veces elemento de lamentaciones o de lugares comunes 
                            de un romanticismo cursi.  Pero Amighetti, 
                            el hombre que tanto ha viajado, consigue frenar su 
                            deseo de fuga, y los últimos versos son una 
                            exclamación cuyo color no escapará a 
                            nadie: “Cada vez 
                            en la noche que oigo tu grito triste mi corazón 
                            anclado quiere contigo huir.” La visión 
                            de su casa provinciana, en “Mi casa”, 
                            no es apenas descriptiva, sino que se reviste de carácter 
                            sentimental, y la casa se transforma en símbolo 
                            de la familia” “!Oh, 
                            mi casa! Siempre hipotecad:………………………………………
 Mi casa! Cada vez más sola más llena 
                            de silencio, y en las noches todavía rezan 
                            el rosario mi tía y mi madre por todos los 
                            que estamos lejos.”
 Si tomamos 
                            como punto de partida “Echaré de menos 
                            la provincia”, llegaremos a este último 
                            poema como si fuese el fin de un viaje. Ciérrese 
                            así, armoniosamente, el círculo que 
                            constituye el universo poético, inédito 
                            en su belleza y en su expresión, dentro de 
                            la poesía moderna latinoamericana, en la cual 
                            Francisco Amighetti es figura singular.   |