Paco
Amighett ante la crítica española
Posdata
1975
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Preparada
por el poeta nicaragüense Carlos Martínez
Rivas, nos llega esta antología de Amighetti,
premio "Magón", maestro del grabado
costarricense. A la lista de nombres se unen: el rumano
Esteban Bacciu en el prólogo y Raúl
Soldi en la confección de unos dibujos llenos
de simplismo y riqueza sugerente. Es, pues, un trabajo
de equipo, un esfuerzo por cuidar la poesía
y no dejarla salir de paseo vestida de cualquier manera.
La ordenación
de la antología* es mínima, como de
emergencia, casi gráfica: "De mí
mismo", "Poemas de' amor", "Relatos",
"Provincia", "Dibujos", "Viajes".
Y en este sentido rodará todo el libro: la
sencillez elemental y casi primitiva. Amighetti se
retrata como un primitivo, como un indígena
del verso.
El poema es
una línea que rige las montañas, desdibuja
las manos y se hace río.
(Pág.
28)
Cuando habla de sí mismo es un poco la herencia
del Machado colonial:
Mi infancia
era tener una abuela y dibujar con lápices
de color.
(Pág.
29)
Tan pronto enriquecido por la visión delgadísima
del entorno, animado todo movimiento por un impulso
adolescente, por una imaginación que se apoya
en la naturaleza, en la elementalidad, que huye del
párrafo modernista, del vicio americano, de
la exuberancia y de los capiteles azucarados. Tan
pronto se tuerce y la palabra poética es pensamiento
o metáfora larga; y el encanto se ha perdido
tras la anécdota.
Su verso libre
deja que el interpretado descanse. Y Amighetti empieza
a hablar de amor:
Las manos que
ponen el pan sobre la mesa
y me traen el agua
son las mismas que cosen
y que colocan en los vasos de arcilla
flores blancas.
(Pag. 37)
Del amor cálido como una bengala, el amor que
descubre el poeta y el hombre cuando repasa la costumbre
del hogar, los recuerdos sin nombre que son siempre
el mismo. Ahora todo es fácil; no se busca
el poema; está ahí, al lado nuestro.
(Y el lector, el crítico, o lo que sea, no
hablará de esos poemas negros que se caen al
pozo negro, y que siempre sueltan tufillo)
Yo sé
que siempre llego tarde, siempre pierdo los barcos
y los trenes.
(Pag. 42)
Sí, éste es Amighetti, un genial iniciador
del poema, el dueño absoluto de la primera
frase. Un hablador de realidades cortas que se hunden
en la carne.
Quisiera ser
aquel niño
que juega con el agua de la pila del parque;
soñar viendo los peces,
rojos como el fuego en el agua;
no sentirme acosado
por nadie ni por nada.
(Pag. 57)
Esta es la prueba. La confirmación de su seguridad
en la composición corta. Sin alas ni adornos,
sin enredo barroco ni retórica. Simple pintor
de lo que ocurrió hace tan sólo un momento
allí delante. Fotógrafo caliente de
los pequeños mundos que pasan inadvertidos,
que son inaccesibles.
El niño
iba con su perro;
niño y perro padecían hambre;
el niño la pregonaba en sus vestidos rotos,
el perro en su anatomía.
Pero ambos la llevaban
en un oscuro fuego
que les quemaba los ojos.
(Pag. 62)
Poeta pintor, Amighetti es un dominador del gesto
de las cosas. En sus "dibujos", la cadencia
del hallazgo es casi constante. Su pulso poético
es un pincel que busca bellezas transparentes como
universos:
Dibujaba una
línea horizontal,
y con este elemento tan simple
nació la distancia
y reposó el mar en su inmenso lecho.
(Pag. 94)
Aquí ha sido casi el poema del signo, del trazo
perdido. Como una génesis filosófica,
apurando.
Y se cierra el libro, sin abandonar el mismo ritmo,
hablando. Sin oscuridad, buscando la sombra de los
árboles a lo sumo. Las impresiones de los "Viajes"
rozan la superficie de lo superficial. Pero hay explosiones
de color, retazos del corazón, sones propios:
Van Gogh enloqueció
con el sol,
porque estaba hecho a las brumas
y llevaba girasoles en el corazón.
(Pag. 108)
A veces, la poesía es descanso; será
entonces cuando mejor se cumpla su esencia musical.
Amighetti, sin saberlo, comenzó hace tiempo
la búsqueda del color de la melodía.
Y he pasado la tarde escuchándole.
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