Francisco en Costa Rica



En aquel suburbio

En aquel suburbio, en la noche, solamente se oía el quejido de los gatos, sus peleas en los techos y sus amores desgarrados.

Detestaba jugar, y sobre todo perder que no me costaba, pero era la única manera de acercarme a Matilde, la bella sobrina de doña Enriqueta.

Llegué a comprobar que otro de los jugadores iba por lo mismo, sin embargo, para él, el juego estaba en primer lugar.

En el intermedio venía Matilde con las tazas de café. Dejábamos entonces los reyes hoscos y barbudos, y las "quinas" pálidas de grandes ojos y los ases limpios que tanto alegra tenerlos.

Aquel café servido por Matilde en aquel lapso de paz, me pagaba en un oro imponderable mi oculto fervor. Para mí aquel momento era todo, aunque nunca supe aprovecharlo.

Al fin ella se dio cuenta que yo no era jugador, ni quería serlo, me lo reveló su mirada, cuando me volvió a ver con otros ojos que no le conocía. Pensé entonces que el verdadero analfabeto es aquel que no sabe leer las miradas.

Bermúdez cínico y afirmativo se desenvolvía muy bien, tenía el tipo de humor característico que me pone de mal humor, pero gozaba de la aceptación general, incluso de Matilde, lo que me desesperaba. Era entonces cuando me envolvía en mi silencio, y mi mirada se cargaba confusamente de lo que quería decirle, probablemente la leyó. Ante la cháchara vacua, y los lugares comunes de Bermúdez, oponía yo mi silencio tenaz, era mi rabioso homenaje para Matilde que parecía entenderme, monologaba yo sin hablar, mientras distribuía las cartas de mi mano.

Entre más gritaba Bermúdez, más hondo era mi silencio. Tal vez escuche ella mi hosco lenguaje subterráneo, pensaba.

Los gatos gemían en los techos, mientras los jugadores no percibían la claridad plateada que en el patio difundía la luna, sólo decían: "me quedo", "basta", "pago por ver", "maldita sea" o "a la puta".

Allí entre aquellos idiotas disputándose unos colones, yo era un idiota más que quería estar cerca de Matilde, y verla acercarse trayendo un sonoro azafate trémulo de tazas de café.

Estuve enfermo, y cuando volví y fue !a señora la que sirvió el café, pregunté por su sobrina.

—Se fue a su casa, me contestó.

Pero, casi enseguida se levantó Paco Bermúdez y me dijo en voz baja:

—Vive en un prostíbulo.


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