Francisco
Amighetti
Stephan Baciu
1967
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El
paisaje centroamericano, en cualquier dirección
que se recorra por tierra, viajando en autobús,
en tren o a pie, se presenta, bajo lo más variados
aspectos, como una unidad geográfica y social,
cuya característica principal, era y continua
siendo, el ambiente provinciano. Demos a esta palabra,
algo desprestigiada, su mejor y más genuina
concepción.
En pleno siglo
XX, Centroamérica es, a pesar del progreso
económico e industrial alcanzado especialmente
en cintas regiones durante las últimas décadas,
una gran provincia, que va desde la frontera panameño-
costarricense hasta la guatemalteco- mexicana. El
ambiente a que nos referimos, avanza claro esta, en
el Sur, hasta muy adentro de Panamá, y en el
Norte, en México, a despecho del cosmopolitismo
de la capital panameña y de la manera de vivir
mexicana.
En toda Centroamérica,
existe actualmente- vamos a dejarlo muy claro una
vez más, no obstante el progreso industrial
que comenzó a surgir en los últimos
años de la década de los 30- una sola
capital que, en escala internacional, va caminando
hacia la gran formación de una ciudad moderna,
aunque en el futuro sea algo distante: la Ciudad de
Guatemala. Las demás ciudades centroamericanas,
incluidas todas capitales, poseen en parte aspectos
o características de ciudades modernas en pleno
desarrollo pero continúan siendo provincianas,
lo que se nota de manera especial en Tegucigalpa,
sin duda alguna la menor de las capitales del istmo.
Si colocamos
el problema en el terreno puramente material, en el
sentido norteamericano de “progreso”,
no tendremos razones para encarar su situación
actual de manera muy optimista, pero, por otro lado,
si dejamos de analizarla bajo ese ángulo meramente
material, tendremos muchas razones para decir que,
felizmente, la realidad centroamericana esta moviéndose
todavía en un aspecto diferente del mundo de
la técnica y de la mecanización contemporáneas.
En las ciudades, los hombres conocidos- y éstos
no deben ser forzosamente políticos o militares-
son identificados fácilmente por cualquier
persona que transita por las calles; escritores, artistas,
abogados, famosos, son, en cualquier punto de Centroamérica,
por lo menos tan conocidos como las grandes jugadores
de de base-ball en los Estados Unidos y de foot-ball
en Brasil.
En Guatemala
por ejemplo, César Brañas y Rafael Arévalo
Martínez, eran, en la calle, figuras populares,
como es Pablo Antonio Cuadra en Nicaragua; pero ya
no lo son tanto así Octavio Páez en
México, ni Juan Liscano en Caracas, ni Jorge
Luis Borges en Buenos Aires. Es que las fronteras
humanas en los demás países americanos
tienen otra magnitud, y a celebridad se aprecia en
otras medidas y otras dimensiones.
Hay muchas
razones para poder explicar el provincianismo centroamericano.
En un punto moderno manipulado por IBM, por números
siglas, por ZIP-CODES y otras conquistas técnicas,
existen todavía, felizmente, direcciones como
ésta: tres varas al Sur del Parque Morazán
o cuadra y media al Norte del Teatro o, esta otra,
magnifica en su involuntaria poesía, que me
fue dada por un poeta nicaragüense: De las delicias
de Volga tras cuadras para arriba.
No hay duda
de que, para encontrar elementos capaces de ser comprobados
con este mundo bucólico, tendremos que ir directamente
al campo o retroceder a una época casi “prehistórica”,
en la cual Stephan Mallarmé acostumbraba escribir
en las cartas que enviaba, extrañas direcciones
en verso, que siempre eran encontradas por los carteros,
y que hoy son la delicia de los investigadores literarios.
En Centroamérica
los vendedores de frutas, de queso y leche, andan
por las calles pregonando sus mercaderías y
paran frente a las casas de sus habituales clientes;
en Centroamérica cuando pasa un entierro, se
sabe casi siempre quien es el difunto que yace en
el cajón; en la Centroamericana de hoy, como
en los mejores días de Luis Carlos López,
en ciudades de segunda categoría, esto es,
en aquellas que siguen en importancia a las capitales,
el boticario, el párroco, el Director del Banco,
el Comisario de la Policía y el Juez, son figuras
notables, en torno a quienes se mueve una gran parte
de la vida social, económica y política;
en Centroamérica, las columnas sociales de
los periódicos se escriben todavía como
en a época de Rubén Darío; en
Centroamérica, las iglesias siguen tocando
las campanas tal como se acostumbraba en tiempos pasados,
y su sonido, bien fuerte, se expande sobe el cielo
azul y claro. Aunque el humo de las fábricas
y el ruido del tránsito es cada día
más amenazador, Centroamérica conserva
todavía su parte de paz y de calma, a la que
solo se le puede dar un nombre: provincia.
Ni las revoluciones
de carácter socialista, ni los aviones a chorro,
ni el impacto del cosmos, ni la era atómica,
ni la civilización de las vending machines
consiguieron, hasta hoy, que este estilo de vida cambiase
profundamente, lo que tal vez podrá servir
de inquietud a arquitectos, ingenieros y comerciantes,
pero mostrara a los poetas una vida que esta en vías
de desaparecer de nuestro tiempo.
La provincia en la poesía latinoamericana,
fue, a pesar de todos los movimientos de vanguardia,
una presencia constante. De tal manera, que hasta
los más notables poetas, renovadores, en sentido
revolucionario, son, bajo ciertos aspectos, poetas
de la provincia, lo que, naturalmente, no significa
que puedan ser definidos como poetas provincianos,
esto es,” poetas de provincia”.
Para darse
cuenta de la complejidad de este tema, basta mencionar,
el nombre de Jorge Luis Borges, que, a pesar de su
inicial”ultraísmo” y de la importancia
renovadora de su obra, es, hasta hoy, uno de los más
típicos poetas de un Buenos Aires provinciano
(Fervor de buenos Aires), pudiendo decirse lo mismo
de Cesar Vallejo, en cuyos versos iniciales, Lima,
la gran ciudad de provincia, dejo señales características
y poco estudiadas. Es el mismo caso de Manuel Bandeira,
“San Joao Batista”, del modernismo brasileño,
en cuya poesía las ciudades de la provincia
como Recife, Teresópolis y Petrópolis,
aparecen a través de los años con una
frecuencia que, bajo ciertos aspectos, hacen de Bandeira
un poeta de la provincia brasileña.
Si en estos
poetas, todos de primera magnitud, la provincia aparece
esporádicamente, en la obra de otros, bastante
conocidos, constituye una presencia permanente. Y
esto a tal punto, que se puede hablar en la literatura
latinoamericana de una familia de poetas de la provincia,
entre los cuales Francisco Amighetti es el máximo
representante a través de toda su lírica.
En la primera
fase de la poesía de Jorge Carrera Andrade,
“Quito, ciudad pacata, provinciana”, es
el símbolo de toda la poesía del autor
que, más tarde, evoluciona hacia una expresión
cósmica, en la cual el mundo ecuatoriano continua
siendo el núcleo central: “los
álamos se doran, los estanques se cubren otra
vez de hojas caídas y parecen sentir las bajas
casas la triste huida de la golondrina” (1)
Escribe el
poeta en uno de lo típicos poemas de aquella
época, en la obra” Estanque inefable”,
cuyo título simple apenas en apariencia, representa
no solo un estado del alma, sino un mundo y una visión
poética.
La misma visión provinciana aparece constantemente
en otro poeta, el injustamente olvidado y tantas veces
maltratado panameño Demetrio Korsi, uno de
los más representativos cantores de la capital
panameña, cuando esta era menos cosmopolita
de lo que es hoy, y de las ciudades del interior,
a través de sus aspectos típicos: “Iba
el Doctor Mendoza cruzando por Santa Ana: llevaba
bajo el brazo la abogadil cartera: cubría un
jipijapa su testa campechana y cruzó por el
parque y tomó por a acera.” (2)
En otra parte
dice Korsi: “Es
sábado de cumbia… Se arremolina un gentío
a los sones del acordeón y retiembla el ambiente
de la cantina con la caja y el violín chillón.”
(3)
Un típico
poeta de esta familia, desgraciadamente poco conocido,
es el costarricense Asdrúbal Villalobos, genuino
cantor de su tierra, y, al mismo tiempo, de toda Latinoamericana,
quien sigue, como todos, al colombiano Luis Carlos
López, que llevo la poesía provinciana
a toda latinoamerica al nivel universal. Autor de
pocos poemas, Asdrúbal Villalobos consiguió
enmarcar en sus versos, todo el tedio, toda la triste
poesía de su provincia, en un estilo cuyo aparente
humorismo encierra, de hecho, como en otros poetas,
una tragedia, donde la soledad humana es el punto
central: “Y yo
bajo el alero torcido de la esquina manos en el bolsillo,
espero, amada mía, que desde tu ventana tu
mirada bovina ahuyente el desamparo que da la tarde
fría.” (4)
Tras el humor,
al cual varios críticos se han referido tanto
al comentar los versos de Villalobos como los de los
demás poetas de la provincia latinoamericana,
se esconde la decepción y la amargura, de la
que no existe más salida que el grito de ironía
o de protesta como en estos versos de Luis Carlos
López: “Pobres
muchachas, pobres muchachas tan inútiles y
castas, que hacen decir al Diablo, con brazos en cruz
“Pobres muchachas.” (5)
O también
del mismo poeta colombiano, estos versos repletos
de amarga ironía: “En
su oscura calle que pudiera ser un primor entre diez
mil primores… no existe ni una flor, ni una
siquiera y se llama La Calle de las Flores.”(6)
En Luis Carlos
López lo que en los otros poetas ese acento
caricaturesco, adquiere un aire sombrío, tras
la sonrisa soñadora, y esto con tal alcance,
que a mayoría, de sus poesías pueden
servir de motivo para las ilustraciones de una Goya
tropical.
No es solamente
en la obra de poetas del mundo hispanoamericano, que
la provincia se refleja de esta manera. En la poesía
brasileña, con un aspecto más sereno,
menos trágico, vive intensamente en los versos
de poetas tan diferentes como Ribeiro Couto, Álvaro
Moreyra, Augusto Meyer, Ascenso Ferreira, y, principalmente,
en Mario Pederneiras, cantor de la tierra carioca,
cuando el Río de Janeiro de comienzos de siglo
era una encantadora y tranquila provincia: “Com
que maguado encanto com que triste saudade sobre mim
atúa esta extranha feiçao das árvores
de rua…
E las sao, entretanto, a única ilusao rural
de una Cidade. (7)
Lo que para
estos poetas es una visión parcial, aunque
fuertemente acentuada a veces, con excepción,
tal vez, de Luis Carlos López, en Francisco
Amighetti se transforma en un Weltanschauung, esto
es, una manera de encarar y juzgar la vida. Esta vida
es para el poeta ya artista costarricense, San José,
y descendiendo hasta un plano menor, su barrio o su
casa.
Francisco Amighetti,
en cualquier parte donde este, ve en todas las cosas
la vida de su tierra y de ciudad natal. Y a través
de esta vida y de estas imágenes, universaliza
la provincia de tal manera, que la provincia costarricense
gana carácter universal.
El libro de
memorias poéticas Francisco y los caminos contiene
confesiones que explican que nuestra afirmación.
Así, cuando Amighetti llega por primera vez
a Buenos Aires, dice: “No
conocía ciudades grandes, Buenos Aires era
la primera. En algunas esquinas el tránsito
alcanzaba proporciones de sonora catástrofe
con sus tranvías desbocados. En Costa Rica
eran pequeños e iban chirriando hacia el poniente
en mi ciudad rodeada de montañas.” (8)
No solo el
autor comparaba la gran ciudad sudamericana con la
capital costarricense, sino que llama a esta “mi
ciudad” subrayando su identificación
con la provincia, frente al mundo de “catástrofe”
argentina. Siguiendo la evocación dice: “Cuando
San José era una capital de sesenta mil habitantes,
bastaba llamar desde lejos para detener el tranvía,
y aún los trenes, sin que mediaran por eso
accidentes ferroviarios.” (9)
No existe en
estas palabras nada de irónico; al contrario,
frente a la “catástrofe” del movimiento
de Buenos Aires, Amighetti, se dirige casi melancólicamente
hacia su mundo pequeño.
Encontrándose en Harlem, y viendo allí
las iglesias, el poeta piensa inmediatamente en su
tierra: “Recordaba las iglesias coloniales de
Guatemala y Nicaragua, su única campana sobre
el silencio indígena, a y el carrillón
me parecía una música de un juguete
al lado de las campanas de los pueblos de Costa Rica,
cuando lloran en los entierros campesinos.”(10)
Tenemos de
esta manera, en una visión en blanco y negro,
lo que no es inexplicable en un xilograbador, no solo
dos tipos de iglesias, sino dos mundos, dos culturas,
dos civilizaciones, que Harlem evoca en el costarricense
y hace de toda Centroamérica una sola provincia,
unida por el repique de las campanas.
Así, de frente al mundo norteamericano, tenemos
el otro, el latino, que gana más relieve, saliéndose
del molde nacional para dar una imagen general de
todo el istmo.
Cuando Amighetti
estuvo en el Perú, escribió desde Arequipa
estas palabras que pueden ser tomadas como profesión
de fe, constante afirmación de la presencia
provinciana: “Ahora que escribo sobre Arequipa
después de tantos años, me parece estar
hablando de un sueño. No estoy seguro de reconocer
las cosas de que hablo, no porque hayan desaparecido,
sino porque soy otro y en mi han muerto también
muchas cosas.” (11)
Tratase de
patética confesión a favor de la provincia,
y esta visión a través de la muerte
del tiempo, unida a los párrafos ya comentados,
facilitará la comprensión del mundo
poético de Amighetti, para lo cual, hasta cierto
punto sirve como llave.
La obra poética
de Amighetti, aunque se extienda por un espacio de
tiempo superior a tres décadas, es bastante
escasa, bajo el punto de vista de las obras publicadas.
Sus libros de poemas son la colección Poesía,
(12) que inaugura una serie llamada Cuadernos Literarios
del “Círculo de amigos del arte”
y Poesías. (13)
Las demás
poesías del autor se hallan dispersas en revistas,
casi todas la América Central, muchas en el
Repertorio Centroamericano dirigido por Joaquín
García Monge, del cual Amighetti fue en el
transcurso de los años, no sólo fiel
colaborador, sino también ilustrador.
De las 14 poesías
incluidas en el primer opúsculo, nueve están
ligadas al tema provincia. En las restantes, además
del ambiente generalmente provinciano, tan típico
en la vid del poeta, existen frecuentes alusiones
a la provincia, a los objetos o a las figuras de la
vida provinciana.
Antes que nada,
debemos analizar el papel y la dimensión de
la provincia en la obra de Amighetti.
Tendremos que
destacar el poema titulado ‘Echaré de
menos la provincia”, cuyo título vale
por una declaración de principios, cuyas estrofas
constituyen la reconstrucción de toda la preocupación
poética, artística y humana de Amighetti.
“Echaré
de menos la provincia, sus casas encaladas, la gente
que conozco y que siempre me encuentro.
Las torres que se asoman por todos los lugares las
calles donde entramos acogidos por tapias.
Echaré de menos el silencio de ladridos de
perros la soledad de estrellas la sombra de los sapos
y la luna madura rodando por los techos.”(14)
Aquí
se encuentra concentrado- seguramente sin intención
directa, debido a la visión íntima del
poeta- el mundo provinciano, así como se vive
en Costa Rica, y en general, en todas las partes de
la América Central. Ya se puede hablar, y esto
se nota perfectamente en la poesía de Amighetti,
de cierta universidad de la provincia, aquende y allende
de las fronteras geográficas.
La visión
de las casas encaladas y de la gente desconocida formando
parte del paisaje humano en el ambiente provinciano,
obedeciendo de nuevo ala técnica de blanco,
y negro a la cual ya nos referimos. Vienen enseguida
las torres de las iglesias, tan típicas en
la poesía de Amighetti, y las calles que, por
no ser descritas detalladamente, se transforman en
calles cenicientas y anónimas, como no hay
en otra parte, a no ser en la provincia.
El silencio
contrasta también, debido a la técnica
arriba aludida, esta vez de efectos sonoros, con “el
ladrido de los perros”, y la soledad de las
estrellas, que existe en todas partes, se acentúa
en la provincia, donde la “luna madura”
anda por los tejados acompañando no solamente
la soledad de las estrellas, sino toda la noche, que,
en las ciudades de provincia tiene su propia cara,
su perfume, que exhala esta poesía, hecha de
cosas simples, pero que, por esta razón, gana
mas intensidad.
El poema “Provincia”,
trae nuevos elementos, cuya existencia solo se imagina
infra-fronteras de pequeñas ciudades y pierde
su vigor o su importancia en una gran ciudad:
“En la dulzura
del tiempo
El tren pitando, se va con el viento” (15)
O estos versos
inspirados en los restaurantes de San José,
donde anónimos bebedores de alcohol quedan
horas y horas frente a sus copas: “En
la bodega los bebedores se llenan los vasos a los
labios bebiéndose también las campanadas
y al salir encuentran que la iglesia ha crecido internando
en la noche torres y campanarios.”(16)
Sin tener la
visión amarga de Luis Carlos López,
Amighetti hace del bebedor una figura caricaturesca,
cuya doble visión o exageración de lo
real, tal vez se explique en el poeta costarricense
a través del arte de los pintores expresionistas
alemanes, que acostumbraban dar a la soledad humana
el aspecto que encontramos en los versos que acabamos
de citar.
Este tipo de
poesía no fue debidamente estudiado hasta ahora,
y da a la tristeza provinciana expresada a través
de la borrachera, una dimensión que deja de
ser humorística, o grotesca Amighetti es humanamente
trágico, pero su tragedia humana apenas sugiere,
sin llegar a gritar o acusar, como sucede en el poeta
colombiano.
Llegando a
este punto y basándonos todavía en la
visión expresionista de la realidad provinciana
de Amighetti, por medio de la imagen “la iglesia
ha crecido, internando en la noche torres, y campanarios”
tendremos que subrayar un hecho, que a nuestro juicio
tornase de importancia para la comprensión
de la provincia en la poesía de Amighetti:
su poesía, nueva como técnica, contiene,
superpuestas muchas veces sobre un ambiente o tono
“jammesiano”, imágenes de estilo
expresionista. Lo que significa no solamente un acierto
dentro del universo poético, sino la fusión
del artista y del poeta a través de una poesía
que lejos de ser apenas descriptivo, tornase humana
a través de técnicas características
al pintor.
Indudablemente
la experiencia cosmopolita de Amighetti, que anduvo
por el mundo, viajando por países sudamericanos,
Estados Unidos y Europa, y recorrió a pie gran
parte del istmo Centroamericano, contribuye en buena
medida para que su visión provinciana ampliada
por su visión universal, fue diferente de los
demás cantores y poetas de la provincia centroamericana,
como Rogelio Sotela, Juan Cotto, Gilberto Gonzáles
y Contreras, o hasta el más moderno de todos
ellos, el nicaragüense Manolo Cuadra.
Amighetti hace
universalidad a través del centro americanismo,
de la misma manera como en 1922, los “modernistas”
brasileños, hacían “brasilidad”
a través de la universalidad.
Lo que mudó
en el poeta de San José, es la visión
del universo, que es más completa, y su capacidad
de describir poéticamente la provincia sin
usar las técnicas de los poetas que “pintan”,
cuando hacen este género de poesía.
Amighetti, pintor de talento, nunca “pinta”
cuando hace poesía, él vive y hace de
esta vivencia el material fundamental de su poesía.
En Amighetti la provincia es su casa, su barrio, su
ciudad y mediante un proceso de ampliación,
su país, Centroamérica y, enseguida,
la América Latina.
Existen en
la poesía de Amighetti para ilustrar esta afirmación,
toda una serie de poemas, a partir de sus primeras
poesías hasta las más recientes, cuyo
tema esta constituido por objetos, escenas o ambientes
característicos de la provincia. Tales poemas,
después de la visión sintética
a la cual nos acabamos de referir, pueden analizarse
hasta los más íntimos detalles, como
por ejemplo, estos versos dedicados al “Tranvía
de mi barrio”, donde hay un elemento de ternura
como si el poeta escribiese sobre un ser amado: “Este
tranvía de mi barrio al que quisiera bañar
con la ternura de un poema recorre su kilómetro
todo el día con su andar chirriado de paralítico,
tranvía borracho que se toma en las taquillas…
que se detiene frente a los entierros para no matar
2 veces al muerto… que mezcla su música
con las campanas de la iglesia.” (17)
El tono irónico
con el cual alude al tranvía, presentándolo
como un borracho, se apaga cuando el poeta se refiere
a las campanas de la iglesia, cuya música se
mezcla con el ruido del tranvía. Es una nota
extremadamente conmovedora que nada tiene que ver
con el elemento “técnico” al cual
casi siempre se refiere a tales ocasiones.
Otra nota representativa
en las casas antiguas de la provincia es el filtro
de agua al que Amighetti dedica el poema de rara belleza
“El filtro” comparándolo al cuerpo
de una mujer, en una clara intención de aproximar
el agua del filtro a la leche materna: “El
filtro nació en la casa, es como el seno de
piedra de una virgen indígena es el reloj de
agua que cantará mis días cerca de la
tinaja enrojecida y húmeda”. (18)
Objeto olvidado
que esta desapareciendo poco a poco del uso diario,
permaneciendo solo en las casas antiguas, eliminado
por la técnica, por los edificios de varios
pisos que poseen instalaciones más modernas,
el filtro, en toda su dignidad de barro, objeto de
valor artístico e higiénico, fue pocas
veces alabado por los poetas. Amighetti lo saca del
olvido y lo modela en palabras.
Los domingos
provincianos son otro elemento que constituye un mundo
en sí, y es un tema que atrajo la atención
de los poetas, siendo llevado al cine neorrealista
italiano. El domingo es para Amighetti un universo
cerrado en sí, y en el poema “Domingo”
se mezclan otros elementos, otros detalles, que hacen
de los domingos, días diferentes de los demás
días de la semana: “El
domingo mancha el candor del ocio y hasta las flores
y las plantas tienen la inquietud de los niños
“mudados” a quienes se les encarga no
juzgar ni ensuciarse” (19)
En el mismo
poema el poeta dice: “Para los que hemos perdido
la inocencia y no oímos la misa y nos arrepentimos
de haber ido a los cines los matínes de los
domingos., sólo nos queda el arte como un bálsamo
para soñar en los días aburridos.”
Lo que no es
otra cosa, sino una dignificación del domingo
frente a los otros días de la semana. Esto
sin ningún alarde religioso, a través
de un pensamiento que llega del fondo del alma, casi
como un remordimiento.
El tren, que
en la gente provinciana despierta deseos de salir,
de viajar para un mundo desconocido, constituye una
de las constantes poéticas de Amighetti. Y
como no podía dejar de ser, son los trenes
de la noche, cuando el negro de los vagones se mezcla
con las sombras y la oscuridad, que llama la atención
del poeta como sucede en “Nocturno de los trenes”:
“Mi corazón
anclado oye los trenes de la noche: sus ventanas doradas,
la hoguera de la máquina y a la tiniebla abriéndose
su entraña con estrellas: Los puentes donde
suena diferente la música y sopla el viento
tétrico, mientras en el abismo el río
enfurecido gruñe como una bestia.”
Después
de haber dado una nota de violencia a la naturaleza
y al paisaje humano, como a veces sucede en la poesía
de Amighetti, el poeta la hace amable, simpática,
llegando a dar al mundo una visión banal de
las cosas, de las cuales hace su arte: “Las
estaciones donde venden mujeres el café y las
frutas., un hombre con frío levanta una linterna,
y una estación donde no venden nada.”
La iglesia
provinciana aparece hasta en la visión del
tren, como una imagen de gran fuerza plástica:
“!Oh, tren! Tu
campana es como una Iglesia en marcha y tus redondos
ojos grandes dos lunas.”
Lo que constituye
una evocación inédita del tren, tantas
veces elemento de lamentaciones o de lugares comunes
de un romanticismo cursi.
Pero Amighetti,
el hombre que tanto ha viajado, consigue frenar su
deseo de fuga, y los últimos versos son una
exclamación cuyo color no escapará a
nadie: “Cada vez
en la noche que oigo tu grito triste mi corazón
anclado quiere contigo huir.”
La visión
de su casa provinciana, en “Mi casa”,
no es apenas descriptiva, sino que se reviste de carácter
sentimental, y la casa se transforma en símbolo
de la familia”
“!Oh,
mi casa! Siempre hipotecad:
………………………………………
Mi casa! Cada vez más sola más llena
de silencio, y en las noches todavía rezan
el rosario mi tía y mi madre por todos los
que estamos lejos.”
Si tomamos
como punto de partida “Echaré de menos
la provincia”, llegaremos a este último
poema como si fuese el fin de un viaje. Ciérrese
así, armoniosamente, el círculo que
constituye el universo poético, inédito
en su belleza y en su expresión, dentro de
la poesía moderna latinoamericana, en la cual
Francisco Amighetti es figura singular.
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