Francisco en Costa Rica



Yo escribía versos

Yo escribía versos vanguardistas y asimilaba el cubismo; había descubierto a Nietzche y a Aristóteles, a Baudelaire y a Rilke aquellos días en que me encontré con Arturo. La había conocido como se conoce a otros chicos que, además, son nuestros vecinos o parientes. Pero no es usual que nuestros vecinos o parientes regresen un día a la patria, después de varios años, con un libro de Villon, bajo el brazo. Empecé a leer al poeta en inglés antes de saborearlo en su idioma. Fue Arturo Echeverría quien me presentó al bachiller Francois Villon, cuya sombra evoqué en las calles de París, donde Notre-Dame se apoya como una catedral paralítica en sus contrafuertes y suena un organillo en el Puente Nuevo. En poco tiempo pude averiguar el entusiasmo de Arturo por el poeta Villon. Arturo con su mística perseguía el mismo realismo gótico y quería vivir la poesía antes de escribirla. Y aunque leía a los poetas, para él la poesía estaba más que en los anaqueles de los libros, en los países desconocidos, en la soledad, en el amor frustrado y también en el hambre. La poesía estaba en las iglesias coloniales y también en el país de los rascacielos de donde él venía; en los grandes ríos con su caudal de historia y sus ahogados suicidas, y en los ríos anónimos que cantan sólo una canción ingenua. Arturo encontró que la poesía también se hallaba en el sentido de la muerte que obsesionó su verso desde el comienzo, y en el mar y en otros símbolos que repiten eso mismo con un ritmo solemne. La poesía de Arturo está en múltiples cosas que no entran en esta breve enumeración, hecha al azar, y que habría que completar asomándonos al espejo móvil de sus propios poemas.

En la época en que volví a encontrármelo, la odisea de Arturo apenas comenzaba. Luego salió para México, donde se formó, hablando con pintores y poetas.

Después de muchas experiencias, volvió otra vez a Costa Rica con el rosicler infantil que todavía enciende sus mejillas, para publicar su primer libro de versos, y lleno de pasión por la escultura y la pintura, los grabados y dibujos. Escribió más tarde sobre las artes plásticas, no con términos técnicos sino con el fervor con que hablan los enamorados.

Hace diez años publicó un poema sobre su bisabuelo, el Presidente don Juanito Mora, poema olvidado por el momento, pero que estará vivo en la voz de los que se nutren de la historia cuando se transforme en poesía y Arturo sólo sea una sombra. Lo recuerdo en Puntarenas mirando los manglares y el paisaje tropical que rodeó la muerte de su bisabuelo. Veía con intensidad aquella naturaleza, quizá porque la contemplaba a través de las palabras de su madre en donde había aprendido la historia de su país y de su sangre.


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