Francisco en Costa Rica



Los viajes influyeron

Los viajes influyeron poderosamente en mi formación. En 1932 estuve en la Argentina, fue mi primera salida. Estas huidas fueron el camino para encontrarme conmigo mismo, quería escaparme del ambiente de hostilidad e indiferencia que caracterizaba la Costa Rica de entonces. Cuando comentaba esto me decía el matemático Luis González, "dan ganas de sentarse a llorar". No derramé ninguna lágrima, pero escribí más tarde,

Quisiera arrancarme
esta quimera ardiente
que llevo en el corazón
desde mi niñez.

Hice mi primera exposición individual de dibujos y grabados en madera en blanco y negro en Buenos Aires en 1932. Eduardo Mallea me consiguió una de las salas de "Amigos del Arte" en la Calle Florida, en las otras dos exhibían dos pintores más, Raúl Soldi que ilustró mi último libro de "Poesías", y Antonio Berni con quien no tuve amistad, porque él era sordo y yo tímido.

Viajar fue para mí una pasión que empezó desde mi niñez, cuando empecé a soñar. Yo soy "El niño y la nube" de mi grabado en madera.

Tres veces he cruzado el lago Titicaca, las dos primeras tiritando sobre la cubierta del barco, en la tercera sólo pude permanecer un día en La Paz, porque un principio de enfizema que originó el fumado, me impedía respirar en las alturas. Ahora viajo solamente al nivel del mar.

A los ochenta años de edad, don Carlos Gagini, el ilustre filólogo, enseñaba literatura en el Liceo de Costa Rica. En el aula leíamos comentándolo, el canto V de la Divina Comedia en donde aparece Francesca de Rímini. Fui a buscar el libro en la Biblioteca y me detuve extasiado en "El último viaje de Ulises", el que inventó el poeta y cuenta en tercetos de un laconismo de cuaderno de bitácora.

Me aprendí de memoria, desde entonces, este viaje de Ulises, el que lo conduce a la muerte. Lo recuerdo porque siempre lo repito, en las ciudades coloniales, en las urbes tumultuosas, o en los predios de la Universidad, cuando deambulo en las mañanas bajo los Jacarandas.

En Buenos Aires había leído una traducción del poema de Joaquín du Bellay que empieza,

"Dichoso aquel que como Ulises ha hecho un viaje hermoso,
o como aquel que intrépido conquista el vellocino,
y vuelve luego a casa satisfecho y juicioso
a esperar con los suyos el fin de su destino".

El poeta de la Pléyade que vivía entonces en Roma sirviendo un cargo diplomático, estaba destrozado por la nostalgia, y prefería a los mármoles del Monte Palatino la teja campesina de su casa de campo.

El Ulises de Dante no se extingue decrépito al lado de Penélope en la eglógica Itaca, porque su pasión de conocer es infinita.

Con un grupo de compañeros "ya viejos y débiles" como él desafía el tabú del Océano

"Non vogliate negar la esperienza
di retro al sol, nel mondo senza gente."

Ulises atraviesa las columnas de Hércules. Pensaba la Edad Media que después del Estrecho de Gibraltar, no existía sino "iI mare tenebroso", una agua aterradora y oscura y un cielo decorado con otras constelaciones.

Para conocer el mundo y sus gentes leí libros, pero era necesario vitalizar ese aprendizaje, generalmente doloroso, por medio de los viajes. Como Ulises me encontré con Circe y Nausicaa.


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