Poesía
Carlos Martínez Rivas,
es responsable
de la selección y clasificación
de estos poemas de Francisco Amighetti
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PRÓLOGO
El primer encuentro que tuve con la poesía
de Francisco Amighetti data de los últimos
años de la década del 40, cuando en
Río de Janeiro, después de escribir
una carta a don Joaquín García Monge
(me acuerdo todavía de la dirección
postal: Apartado X), recibí un rollo de periódicos
que contenían varios números de Repertorio
Americano. En nuestras charlas, tan frecuentes en
aquella época, el poeta Manuel Bandeira, quien
era en el Brasil el más profundo conocedor
de la literatura hispano-americana, me había
hablado varias veces de la importancia de la revista
de García Monge, no sólo como medio
para la divulgación de la literatura hispano-americana,
sino también como fuente de conocimiento para
la literatura costarricense, que en aquella época
era muy poco conocida en el Continente.
De uno de los cuadernos, de aquel
primer envío, guardo hasta hoy la imagen de
un grabado en madera que representaba unas olas, y
a su lado un poema cuya sencillez y profundidad me
tocaron, llamando mi atención puesto que se
trataba de un tono totalmente desconocido para el
reciente lector de poesía hispanoamericana
que yo era en aquel entonces. La ilustración
y el poema estaban firmados por Francisco Amighetti.
El grabado quedó realmente
grabado en mi memoria. "Así", me
dije, "trabajaría Frans Masereel, si viviera
en el trópico", y el poeta que hablaba
de un bar y de un vaso de cerveza, de unas nubes y
de una vida solitaria, traíame por vez primera
el ambiente que, mucho más tarde, en 1965,
iba a encontrar en el café Balcón de
Europa, donde tomaba una casi irreal cerveza en compañía
de Amighetti. Y como si todo esto no fuera bastante,
el farol de la calle iluminaba la pared de enfrente,
bajo una lluvia que comenzó a gotear, y los
reflejos que caían en la acera hacían
unas olas pequeñas y tristes, casi como en
el grabado que había mirado en aquel lejano
cuaderno del Repertorio Americano ...
Sólo después de este
encuentro, del cual salí ganando uno de los
más preciosos regalos de mi vida: la amistad
de Amighetti, he podido conocer su poesía,
descubriendo un mundo impresionante en su sencillez
y en su profundidad.
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La poesía de Amighetti, incluso si a veces
se origina de su pintura, no es de ningún
modo lo que suele llamarse "poesía de
pintor", sino más bien la poesía
de un modo muy poco conocido en América:
aquel mundo costarricense, que Amighetti supo hacer
universal, sin sacrificar ninguna palabra, ninguna
imagen de su fuerza lírica.
Esta es una poesía en la cual conviven,
paralelamente, la confitería La Garza y los
grandes restoranes de la Calle Corrientes de Buenos
Aires; el agua somnolienta y verde de Mata de Limón
y la canción melancólica del Sena;
las paredes de la fortaleza-museo de San José
y las paredes del Louvre; El Supermercadito de La
Paulina y las tiendas de Rué de Rivoli; el
mundo provinciano de Alajuela y Escazú y
las nieves de los Andes. En otras palabras: como
casi ningún otro poeta de su tierra, Amighetti
es lo que suele ser llamado un josefino —un
parroquiano de San José— y lo que los
libros de literatura catalogan como "poeta
de América".
... Pero un poeta de América todavía
mal conocido fuera de las fronteras de su país,
no sólo porque hasta ahora en su obra sólo
hay una plaqueta de pocas páginas de poesía,
sino porque ni siquiera en Costa Rica, su país
de origen, su puerto, su taller, su mundo, el poeta
Amighetti no está representado, como se debe,
en las antologías que debieran presentar
la verdadera faz de la poesía costarricense,
aquella que sustituye el mito "tico" de
una literatura de arrabal.
Cuando, hace algún tiempo, durante el trabajo
de investigación en las antologías
líricas de Costa Rica ("Parnasos"
todavía ... ) traté de encontrar la
más reciente, sentí algo como un choque,
cuando vi que en aquellas páginas Amighetti
estaba presente con sólo dos poemas; pero
inmediatamente me tranquilicé, puesto que
en la misma antología faltaban los nombres
de Eunice Odio, Alfredo Sancho y Alfonso Chase,
poetas quienes al lado de Max Jiménez, Isaac
Felipe Azofeifa y Alfredo Cardona Peña representan
lo que la poesía moderna de Costa Rica tiene
hoy día de más importante y duradero.
Al hojear el librito, me di cuenta —una vez
más— que el oficio del antologista
es serio y áspero, ya que en cualquier antologista
debe vigilar un profeta y soñar un poeta
. . .
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En hora certera
viene pues este libro, para completar la obra de Amighetti
el grabador, el pintor y el prosista, ya que, en cada
una de ellas, el poeta estuvo siempre presente de
una o de otra manera. Ahora se puede escuchar, como
un noble y conmovedor concierto de clarinete, el canto
de Francisco Amighetti, poeta.
Stefan Baciu
Honolulú, Hawai, abril de 1971. |
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