FRANCISCO AMIGHETTI



Francisco en Costa Rica


a Enrique Macaya Lahmann

Una parte de mi niñez fue asomarme al cielo de los charcos después de la lluvia, o mirarlo enmarcado en el rectángulo de la ventana, cuando las golondrinas titubean orientándose en la tarde, o gozarlo en el infinito de sus dimensiones sobre los potreros iluminados.

Por aquel azul hecho de distancias pasaban lentas las nubes que llevan su brújula en el corazón. Las miraba alejarse, de pie sobre la tierra inhóspita donde hay escuelas, exámenes, cárceles, jueces y políticas. Yo quería seguir las enseñanzas de las nubes que bogaban en el océano del cielo y nunca se detenían.

Recién salido del Liceo de Costa Rica me encontré con su director don Fidel Tristán, justamente en la puerta de mi casa, lo invité a pasar para enseñarle mis primeras pinturas, y le conté que iba a la América del Sur.

Me contestó:

—Como dice Julio Verne, sin dinero o con dinero, Pero hay que viajar.

Esa fue la última lección que de viva voz escuché de mi maestro.

Mis viajes fueron esquivar la realidad que sobre mi pesaba. En mi vida hecha de viajes, me vi obligado, a afrontar estas realidades de las cuales huía.

Esto, y las gentes junto a quienes crecí y el paisaje que las circundaba, forman la serie de estampas de este ensayo autobiográfico.


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