Francisco en Costa Rica
Una parte de mi niñez fue asomarme
al cielo de los charcos después de la lluvia, o mirarlo
enmarcado en el rectángulo de la ventana, cuando las
golondrinas titubean orientándose en la tarde, o gozarlo
en el infinito de sus dimensiones sobre los potreros iluminados.
Por aquel azul hecho
de distancias pasaban lentas las nubes que llevan su brújula
en el corazón. Las miraba alejarse, de pie sobre
la tierra inhóspita donde hay escuelas, exámenes,
cárceles, jueces y políticas. Yo quería
seguir las enseñanzas de las nubes que bogaban en
el océano del cielo y nunca se detenían.
Recién salido
del Liceo de Costa Rica me encontré con su director
don Fidel Tristán, justamente en la puerta de mi
casa, lo invité a pasar para enseñarle mis
primeras pinturas, y le conté que iba a la América
del Sur.
Me contestó:
—Como dice
Julio Verne, sin dinero o con dinero, Pero hay que viajar.
Esa fue la última
lección que de viva voz escuché de mi maestro.
Mis viajes fueron
esquivar la realidad que sobre mi pesaba. En mi vida hecha
de viajes, me vi obligado, a afrontar estas realidades de
las cuales huía.
Esto, y las gentes
junto a quienes crecí y el paisaje que las circundaba,
forman la serie de estampas de este ensayo autobiográfico.
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