Hay
calles
Hay calles por las que sigo pasando
en mi recuerdo y que transito a veces, pero las casas
son otras y otras las gentes y otras las cosas que
suceden.
Voy a hacer mandados con mi trompo
en el bolsillo, a traer pan, comprar clavos de olor
y mantequilla que necesita mi abuela, pero esas diligencias
que podrían tomar normalmente diez minutos,
se prolongan a una hora al toparme con los amigos
de¡ barrio y jugar trompos o bolitas de vidrio.
Puedo identificar el lugar de la
esquina de mi casa en donde perdí jugando a
los trompos y presencié el cruel castigo que,
según las convenciones del juego, le infligieron
a mi trompo de cedro. Veía e mis compañeros
como turba que se reía de gozo maléfico
amontonados sobre mi trompo dándole con la
punta metálica de los suyos. Permanecía
de pie todo el tiempo que duraba la acometida; lloraba
con el corazón porque las lágrimas sólo
hubieran servido para completarles su fiesta demoníaca.
Una vez terminada su obra, entre burlas me entregaron
un pedazo informe de lo que había sido mi trompo
de madera pulimentado. Yo me lo eché al bolsillo
inmediatamente y cuando entré a mi casa y estuve
solo, lo saqué y lo limpié acariciándolo
como a un perro herido y lloré por él.
Después lo arrojé por la ventana sepultándolo
en el aire.
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