Francisco en Costa
Rica
Desde
el fondo de mi infancia
Desde el fondo de mi infancia surgen
fragmentarios algunos recuerdos, por ejemplo, la primera
vez que supe de mi madre. Oscuramente conocía
que ella era mi madre; la vi morena y nerviosa en
un espacio de luz ancha. Yo mojaba un serrucho en
la pila llena de agua, ella insistía en que
se lo diera. Yo corrí. Hubo de pronto una gran
oscuridad, y en un corredor una gran sombra se cernió
sobre mí.
Es la primera vez que recuerdo a
un médico. El doctor me curaba porque al caer
me había herido con el serrucho cerca de la
nariz. Eso lo sé hoy; entonces sólo
percibía un cuerpo inmenso con unos grandes
ojos puestos sobre mí, que me sentía
pequeño. Supe después que se trataba
del doctor Uribe. Pienso en esas cosas cuando vuelvo
a casa de mi madre. Ahora tengo el pelo gris; ella,
completamente blanco. Acaban de cortarle las dos piernas;
le llevo frutas y conversamos.
Aquel accidente de mi infancia es
mi primer recuerdo y sucedió cuando el terremoto
de Cartago; mi madre dice que, debido a los temblores,
vivíamos en un galerón de madera.
Ella me hablaba del cometa Halley
y del terremoto; el cometa lo había anunciado.
Mi abuela, que nació en Cartago, completaba
los relatos con detalles siniestros, y cuando temblaba,
se ponía de rodillas levantando los brazos
en forma de cruz y decía con pavor: "¡Santo,
Santo, Santo, Cordero del mundo, líbranos,
Señor!"
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Esto era lo que a mí más
me impresionaba, porque el traquido de mi casa de
madera y el ondular de¡ suelo que tanto me complacían,
se volvía amargo con el terror de mi madre,
mi abuela y mi tía.
Al organizar mis primeras sensaciones,
me veo de la mano de mi padre. Su mano inmensa y fuerte
apretaba la mía y la calentaba; íbamos
al Paseo de los Estudiantes donde vive mi familia,
y que entonces se llamaba el Barrio de la Soledad.
Fue cuando conocí la tarde, la que siento todos
los días aproximarse en silencio. En aquella
edad conocí su paz y su tristeza. Mi padre
construía la casa que íbamos a habitar;
allí olía a tierra; la tierra era negra,
y las maderas se levantaban contra el caserío
y el cielo. Vi primero el cobre en la tarde, lo conocí
como resplandor antes de saber que su metal era metáfora;
destellaba detrás de las montañas y
de los techos de zinc herrumbrado que todavía
afean la ciudad. Mi padre estaba contento. Para él
aquello era magnífico; para mí, la casa
en esqueleto no me decía nada, era la tarde
al lado de su cálida presencia lo que me emocionaba.
Sé que volvimos con frecuencia a la misma hora,
aunque todo esto se me va haciendo más borroso.
La primera vez descubrí el cielo, la tierra,
y la mano de mi padre, símbolo de su amor callado.
Él vivió siempre enfermo con la muerte
en el pecho. Otros la llevan donde se hace la digestión,
o en la cabeza, dentro del estuche de hueso agrietado
de la calavera.
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Recuerdo a mi padre, sobre todo
en las tardes cuando volvía del trabajo. Su
pelo era gris y fino, y el viento lo esparcía
por su ancha frente. Vestía de gris como su
cabello, y también en sus ojos había
un resplandor claro. Murió a los cuarenta y
ocho años. Había hecho su servicio militar
en los Alpes. En el tocador de mi madre estaba su
fotografía con una pluma en el sombrero; tenía
varias medallas que había ganado en el tiro
al blanco. Sobre la nieve de Suiza y el Po me habló
mi padre en una época en que para mí
todo era confuso aunque vivido. Yo seguía pensando
en esas cosas, pero mi padre no volvió a hablar
de ellas ni yo a preguntar; la timidez me alejó
de él y me acercó a mí mismo.
El recuerdo de mi padre está unido a su chaleco,
a su corbata, a sus ojos y a su frente. Mi padre compraba
cortaplumas en la cuchillería de Gaspar Salvador,
un italiano alto que me levantaba en el aire; desde
la altura veía a la madre de Gaspar entre resplandores
de acero, una anciana frágil que contrastaba
con la corpulencia de su hijo. Mi padre tallaba los
lápices con el cortaplumas, colocándolos
contra el pecho; también así cortaba
el pan. Mi padre me regalaba preciosos cortaplumas
que desaparecían en los bolsillos de mis compañeros
de escuela, pero él volvía a reponerlos
con la paciencia que lo caracterizaba. Le gustaba
conversar con los italianos. Me hubiera gustado aprender
su idioma natal, para conocerlo, pero él se
fue sin darme esa oportunidad. A través de
otros lenguajes supe cómo era. Mi padre reaparece
en mis sueños en donde siempre está
enfermo. |
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