En
la Tributación Directa
En la Tributación Directa
tenía ratos libres que aprovechaba para estudiar,
dibujar y leer. Esta oficina fue mi Universidad donde
supe todo aquello que se puede averiguar en los libros;
las otras cosas ¡as aprendí después
en la calle y en las ciudades lejanas.
El Presidente Alfredo González
Flores cayó del poder por un golpe de Estado,
cuando creó los impuestos territoriales.
Quedaron éstos, mas las gentes
ricas los eluden por medio de los abogados que inventan
sutiles subterfugios. Todavía hoy, la mayor
parte de las gentes adineradas rehúsan pagar
el impuesto sobre la renta; prefieren "dar su
vida en holocausto" que pagar lo que les corresponde,
pero en Costa Rica no hay guerras.
Algunos empleados de la Tributación
Directa colaboraban con los abogados en favor de los
ricos. El olor del alcohol pregonaba sus negocios,
porque el éxito siempre era objeto de una celebración.
Había un solo conserje, que
se encontraba en todas partes y nos hacía toda
suerte de pequeños servicios; nos traía
cigarrillos y nos presentaba a los prestamistas.
La hija del portero pasaba todo el
tiempo en la oficina de su padre. Tenía la
piel oscura y en los ojos un extraordinario brillo
animal. Sus labios, sus pómulos, su nariz,
estaban sometidos al ritmo y a la geometría
que rige la plástica de los ídolos indígenas.
Tendría unos diez y siete años; sin
ser alta, sus formas eran poderosas y parecía
esculpida desde dentro por los cinceles de la llama.
La habitación del portero
quedaba cerca de los corredores por donde pasaban
los abogados con sus expedientes y los empleados que
iban en mangas de camisa de una sección a otra.
El lugar era oscuro y lleno de polvo; el portero no
disponía de tiempo para limpiar su propia habitación,
a la cual llegaban los ruidos apagados y confusos.
Allí los empleados, mis compañeros y
amigos, entraban a fornicar con la hija del portero;
yo también fui invitado. Me ponderaban la dureza
de sus senos y el ardor con que se entregaba. Yo era
sensible a aquella voluptuosidad que pregonaba al
pasar, pero hubiera deseado cierta exclusividad y
secreto y hallaba que había algo tenebroso
en todo aquello. La hija del portero lo hacía
por deleite y por vocación, pero los empleados
le pagaban.
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