Francisco en Costa Rica



En la Tributación Directa

En la Tributación Directa tenía ratos libres que aprovechaba para estudiar, dibujar y leer. Esta oficina fue mi Universidad donde supe todo aquello que se puede averiguar en los libros; las otras cosas ¡as aprendí después en la calle y en las ciudades lejanas.

El Presidente Alfredo González Flores cayó del poder por un golpe de Estado, cuando creó los impuestos territoriales.

Quedaron éstos, mas las gentes ricas los eluden por medio de los abogados que inventan sutiles subterfugios. Todavía hoy, la mayor parte de las gentes adineradas rehúsan pagar el impuesto sobre la renta; prefieren "dar su vida en holocausto" que pagar lo que les corresponde, pero en Costa Rica no hay guerras.

Algunos empleados de la Tributación Directa colaboraban con los abogados en favor de los ricos. El olor del alcohol pregonaba sus negocios, porque el éxito siempre era objeto de una celebración.

Había un solo conserje, que se encontraba en todas partes y nos hacía toda suerte de pequeños servicios; nos traía cigarrillos y nos presentaba a los prestamistas.

La hija del portero pasaba todo el tiempo en la oficina de su padre. Tenía la piel oscura y en los ojos un extraordinario brillo animal. Sus labios, sus pómulos, su nariz, estaban sometidos al ritmo y a la geometría que rige la plástica de los ídolos indígenas. Tendría unos diez y siete años; sin ser alta, sus formas eran poderosas y parecía esculpida desde dentro por los cinceles de la llama.

La habitación del portero quedaba cerca de los corredores por donde pasaban los abogados con sus expedientes y los empleados que iban en mangas de camisa de una sección a otra. El lugar era oscuro y lleno de polvo; el portero no disponía de tiempo para limpiar su propia habitación, a la cual llegaban los ruidos apagados y confusos. Allí los empleados, mis compañeros y amigos, entraban a fornicar con la hija del portero; yo también fui invitado. Me ponderaban la dureza de sus senos y el ardor con que se entregaba. Yo era sensible a aquella voluptuosidad que pregonaba al pasar, pero hubiera deseado cierta exclusividad y secreto y hallaba que había algo tenebroso en todo aquello. La hija del portero lo hacía por deleite y por vocación, pero los empleados le pagaban.

El portero con su dulce mirada, todo lo veía, y juntos compartían los ingresos de aquel burdel familiar instalado en plena oficina pública. Llegué a amar a aquella joven con un amor doloroso y descubrí que también se podía amar a las prostitutas platónicamente. Por eso no me atreví a profanar su arquitectura de sombra en aquel recinto sórdido, situado cerca de los archivos de los terratenientes, con sus fincas numeradas y con linderos especificados entre los puntos cardinales.


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