Me aprendí
de memoria, desde entonces, este viaje de Ulises,
el que lo conduce a la muerte. Lo recuerdo porque
siempre lo repito, en las ciudades coloniales, en
las urbes tumultuosas, o en los predios de la Universidad,
cuando deambulo en las mañanas bajo los Jacarandas.
En Buenos Aires había leído
una traducción del poema de Joaquín
du Bellay que empieza,
"Dichoso aquel que como Ulises
ha hecho un viaje hermoso,
o como aquel que intrépido conquista el vellocino,
y vuelve luego a casa satisfecho y juicioso
a esperar con los suyos el fin de su destino".
El poeta de la Pléyade que
vivía entonces en Roma sirviendo un cargo diplomático,
estaba destrozado por la nostalgia, y prefería
a los mármoles del Monte Palatino la teja campesina
de su casa de campo.
El Ulises de Dante no se extingue
decrépito al lado de Penélope en la
eglógica Itaca, porque su pasión de
conocer es infinita.
Con un grupo de compañeros
"ya viejos y débiles" como él
desafía el tabú del Océano
"Non vogliate negar la esperienza
di retro al sol, nel mondo senza gente."
Ulises atraviesa las columnas de
Hércules. Pensaba la Edad Media que después
del Estrecho de Gibraltar, no existía sino
"iI mare tenebroso", una agua aterradora
y oscura y un cielo decorado con otras constelaciones.
Para conocer el mundo y sus gentes
leí libros, pero era necesario vitalizar ese
aprendizaje, generalmente doloroso, por medio de los
viajes. Como Ulises me encontré con Circe y
Nausicaa. |