Francisco en Costa Rica



Murio mi amigo

Murió mi amigó y compañero de colegio Arquímedes Jiménez, lo leí una mañana en los periódicos. Muchos compañeros de Liceo y la escuela primaria han fallecido, cada vez que esto sucede, me siento el sobrevivente de un naufragio, o de aquellas plagas fulminantes que estaban de moda en la Edad Media. Pero como estoy obligado a vivir y no me disgusta, grabo, escribo y me paseo en las mañanas por los predios de la Universidad, donde la juventud que estudia, cruza apresurada de un pabellón a otro.

Arquímedes fue mi vecino en el barrio de La Soledad, en esta Costa Rica entonces eglógica, no existían casi los colegios "privados" y gozaban de un valor distinto al que tienen hoy.

La democracia rural de mi país empezaba en las escuelas y colegios, en donde los estudiantes adinerados, convivían en amistad verdadera con los otros compañeros de modestísimos recursos, los que bajaban por la Cuesta del Tablazo, o venían desde San Miguel de Desamparados o Escazú.

Mi compañero de colegio y vecino, Arquímedes, fue abogado, poeta y caricaturista. La última vez que lo vi fue en Liberia en donde estaba de Juez. Me atendió de la mejor manera y para no dejarme solo me invitó a hacer un recorrido por la cárcel.

En mi infancia conversábamos en la esquina de mi casa, desde donde el poniente se despedía iluminando en un ancho toque dorado la fachada de la iglesia de La Soledad.

El padre de Arquímedes era albañil, todas las tardes, cuando volvía de su trabajo, se apoyaba en la pared de su casa o en la casa vecina, (no iba a las cantinas) y se quedaba mirando probablemente el cielo. Era seco, simple, callado, inmóvil, esculpido por los dolores cotidianos.

Le quedaban algunos restos de cal que tachonaban su vestido de trabajador, y desembocaban en sus zapatos. No hablé con él sino unas pocos palabras, pero pensé muchas veces, ¿qué cosas pasarían por su pensamiento?—. Yo sé que partía los ladrillos con su cuchara de albañil y que manejaba la mezcla para construir, no sé en qué barrios lejanos, las viviendas en donde se alojaban las familias. Trabajaba con los raquíticos salarios de entonces pero en su alma de obrero, había una mística sin palabras: educar a sus hijos.


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