Murio
mi amigo
Murió mi amigó y compañero
de colegio Arquímedes Jiménez, lo leí
una mañana en los periódicos. Muchos
compañeros de Liceo y la escuela primaria han
fallecido, cada vez que esto sucede, me siento el
sobrevivente de un naufragio, o de aquellas plagas
fulminantes que estaban de moda en la Edad Media.
Pero como estoy obligado a vivir y no me disgusta,
grabo, escribo y me paseo en las mañanas por
los predios de la Universidad, donde la juventud que
estudia, cruza apresurada de un pabellón a
otro.
Arquímedes fue mi vecino en
el barrio de La Soledad, en esta Costa Rica entonces
eglógica, no existían casi los colegios
"privados" y gozaban de un valor distinto
al que tienen hoy.
La democracia rural de mi país
empezaba en las escuelas y colegios, en donde los
estudiantes adinerados, convivían en amistad
verdadera con los otros compañeros de modestísimos
recursos, los que bajaban por la Cuesta del Tablazo,
o venían desde San Miguel de Desamparados o
Escazú. |
|
|
Mi compañero
de colegio y vecino, Arquímedes, fue abogado,
poeta y caricaturista. La última vez que lo
vi fue en Liberia en donde estaba de Juez. Me atendió
de la mejor manera y para no dejarme solo me invitó
a hacer un recorrido por la cárcel.
En mi infancia conversábamos
en la esquina de mi casa, desde donde el poniente
se despedía iluminando en un ancho toque dorado
la fachada de la iglesia de La Soledad.
El padre de Arquímedes era
albañil, todas las tardes, cuando volvía
de su trabajo, se apoyaba en la pared de su casa o
en la casa vecina, (no iba a las cantinas) y se quedaba
mirando probablemente el cielo. Era seco, simple,
callado, inmóvil, esculpido por los dolores
cotidianos.
Le quedaban algunos restos de cal
que tachonaban su vestido de trabajador, y desembocaban
en sus zapatos. No hablé con él sino
unas pocos palabras, pero pensé muchas veces,
¿qué cosas pasarían por su pensamiento?—.
Yo sé que partía los ladrillos con su
cuchara de albañil y que manejaba la mezcla
para construir, no sé en qué barrios
lejanos, las viviendas en donde se alojaban las familias.
Trabajaba con los raquíticos salarios de entonces
pero en su alma de obrero, había una mística
sin palabras: educar a sus hijos. |