Francisco en Costa
Rica
Margarita
Bertheau
Margarita Bertheau era entonces un
poema pintado en iris y rosa. Contrastaba la frescura
de su tez con la plata de su cabello. En el poniente
tomábamos nuestros aperitivos en mi estudio,
no se veía el atardecer, sino indirectamente,
en el pequeño patio cuadrado, que era una cisterna
de la luz.
En algunas ocasiones, cuando prolongamos
nuestras bebidas, mi esposa iba a acostarse y mis
hijas también. Entonces seguíamos platicando.
Después de más vino cuando Margarita
estaba encendida, y yo había perdido algunas
de mis inhibiciones, me lanzaba sobre un pequeño
mueble de madera en donde guardaba mis escritos, para
leerle a la pintora "la historia natural del
diablo", que después, atemorizado ante
la magnitud de la empresa, bauticé con un nombre
más modesto, "apuntes para una historia
natural del diablo", sabiendo que nunca iba a
pasar de esos apuntes. Durante la lectura, Margarita
golpeaba con un dedo el cigarrillo haciendo caer la
ceniza, y se balanceaba suavemente en la poltrona
en donde estaba sentada, decía a veces algunas
palabras, y a veces sonreía.
Al día siguiente me encontraba
con ella en la Escuela de Bellas Artes en donde ambos
trabajábamos, yo le pedía disculpas
por haberle leído capítulos de un libro
que apenas estaba abocetado. Margarita me devolvía
la serenidad perdida, diciéndome:
—Sé que usted me leyó
algo sobre el diablo, pero no me acuerdo absolutamente
de nada.
Esto se repitió tres veces.
En la mañana antes de comenzar
mis grabados, abro la ventana de mi estudio, situado
en un alto y miro la montaña de Escazú,
ya no la llamo así, es la montaña de
Margarita Bertheau. Bajo su sombra descansa ella. |
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En este tiempo breve
en que nuestros días están contados
como dice el Eclesiastés, ella vivió
pintando, hablando, riéndose, diciendo su verdad,
así vive ella en mí.
Cuando era joven le hice un retrato
al óleo en grises y escribí un poema
que me lo dictó su cabello:
"... Ha pasado sus manos tantas
veces
por la planchada llama de los cabellos rojos,
y por la melancólica longitud de la plata."
Ayer estuve ordenando los colores
que uso en la pintura al fresco y me llegó
su recuerdo. Ella con la pasión que la caracterizaba
se lanzó a aprender aquella técnica
que viene más allá del Renacimiento
y que la épica del mural mexicano revivió.
Habitaba yo entonces en San José
donde está la sucursal del Banco Nacional.
Una casa vieja pero con paredes ideales para empezar
el fresco en Costa Rica.
Allí, consultando libros empezamos
a pintar, pero algunos colores que no eran propios
para el fresco, los destruyeron las calorías
latentes de la cal.
En esta casa que pertenecía
al señor Raventós se encontraron dos
botijas, una de ellas en la gruesa pared en donde
hicimos el fresco. Cuando hablaba de eso con Margarita,
comentábamos que, si el albañil hubiera
hundido más su cincel al picar la pared, habría
brotado una cascada de oro, y Margarita se reía
largamente con la cascada de plata de su voz que prolongaba
en arpegio.
A lo largo de toda una vida, estuvimos
muy cerca no sólo porque nos unía una
profunda amistad, y un culto sin reservas por el arte,
sino que también recorrimos juntos el camino
de la docencia. Por eso pienso que dentro de mis numerosos
años tengo juventud, la cambié por lo
que he enseñado, robándosela a mis alumnos. |
Después que
dejé la Escuela de Bellas Artes vi poco a Margarita
Bertheau. Es uno de mis pecados. Me bastaba saber
que contaba con ella y que estaba allí siempre
como un elemento de la naturaleza, como la montaña
de Escazú que pintó siempre, o como
e¡ mar que es según el poeta Carlos Martínez
Rivas, es como la juventud que no sabe dónde
reposar su cabeza.
Margarita no se desesperó
porque su nombre brillara, ni perdió el sueño
buscándolo. Nunca mintió en las cosas
esenciales. No se rebajó para conquista"
el nombre que le pertenecía. Dice Rilke en
los cuadernos de Malte Laurids Brigge: "Si pasa
el tiempo y notas que tu nombre circula entre la gente,
no lo tomes muy en serio. Piensa que se ha vuelto
malo y tíralo, y toma otro nombre secreto para
que Dios te pueda llamar con El en la noche".
A raíz de su muerte se hizo
en Bellas Artes una exposición de sus acuarelas,
que fue el espejo de su arte.
Yo que amo la poesía hubiera
querido expresarla en un acto jubiloso, no en palabras,
en acción. Lanzaría un cohete, no los
atómicos, construidos con inteligencia y con
odio, preludio de la guerra. Lanzaría un cohete
en su honor como un surtidor de fuego que cruzara
la montaña en busca del cielo como sucede en
los turnos de los pueblos. Esta voz sonora y seca,
hecha de pólvora, se abriría en lo alto
como un ramillete de estrellas, las flores del cielo.
Y allá, "donde nuestra voz no alcanza",
el acento varonil del cohete se abriría en
siete estrellas de colores que flotarían en
el azul. Serían los siete colores del espectro,
los colores tangibles y al mismo tiempo imponderables.
La luz no la venden en tubos, venden los colores que
son luz en manos de los pintores.
Margarita Bertheau vivió para
cantar, unos cantan con la voz, con las arpas, con
los pianos. Margarita cantó con sus pinceles
un poema inolvidable que sigue resonando. |
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