Poesía
RETRATOS
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MATERNIDAD
En el sillón de mimbre cerca de la ventana
cose la ropa blanca que su hijo va a usar,
su hijo que es ahora amplitud de su vientre
y silencio de sangre que lanzará su grito.
La ropa como leche se riega en su regazo,
por la ventana entra la tarde hecha de paz,
una begonia luce su hoja como un vitral,
y se enciende la luz, dentro en la casa
en un oro de hogar.
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INDIA ALFARERA DE EL SALVADOR
No sabe que modela el mundo en una fruta de barro
y son sus mismos senos y su cadera lo que copia.
La greda de sus manos ha levantado una prisión
inerte
para que el agua al encontrar su forma
se calle y duerma un sueño sin rumores.
El agua ignora la transparencia de su nombre,
y tornará a su voz y volverá a su plata,
al verterse sobre la espalda
de esta mujer del pueblo
en el rito de su limpieza cotidiana.
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INTERIOR
Sentada en la poltrona cosía o rezaba,
las begonias abrían su corazón en las
ventanas
y por la puerta abierta penetraba el jardín,
fuego verde que al mismo tiempo perfumaba.
Los hijos al crecer apagaron sus voces
por la distancia por el amor o por la muerte.
Sus hijas que cantaban parieron serafines,
y viven en provincias contagiadas de luz.
En el corredor sentada con su pañuelo
blanco
y su mano amarilla, triste hoja del otoño,
esta vieja doliente se ha ido quedando sola,
la visitan los pájaros, las penas y las horas.
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SONETO A DON FADR1QUE
Don Fadrique Gutiérrez, todo el pasado fuerte
de esta provincia es tuyo, pintor y aventurero.
En las penumbras rojas los semblantes de acero
de los antepasados miran honradamente.
A los ocres terrosos mezclaste plata y fuego
y diste a las camisas la blancura de su alma,
pero es en tus dos santos de piedra en donde pasma
el material pesado hecho caricia y ruego.
Don Fadrique Gutiérrez, si no bastara el sino
de tu recuerdo airoso del fortín sin banderas,
cada santo de piedra de luna y sol vestido
en cuyos hombros vastos golondrinas
ligeras
descansan de los cielos, tu nombre habría esculpido
la Fama don Fadrique con letras verdaderas.
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CABELLERAS
La mujer es ya vieja y con sus manos
maneja ríos de oro torciendo el abundante
pelo de la doncella.
El espejo está quieto
rectangular y largo
duplicando la escena.
La mujer es muy vieja,
¡habrá peinado tantas cabelleras!
ha manejado oscuros torrentes perfumados,
ha pasado su peine por la planchada llama
de los cabellos rojos
y por la melancólica longitud de la plata.
Ni el que remueve el oro del fondo de
la tierra
y el oro de los Bancos,
ha hundido sus dos manos ágiles
tantas veces,
sobre el oro y la plata
sobre la seda lánguida de tanta cabellera.
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EL ÁRBOL DEL SANATORIO
Se sentaba a respirar la primavera
frente a su cuarto, en aquel Sanatorio de Albuquerque,
un arbolito verde estaba allí, plantado para
ella.
En el otoño sale a veces al patio,
el arbolito es de oro, días después
es de cobre.
Ahora en el invierno ella casi no sale,
el arbolito es un esqueleto delicado
frente a su ventana llena de frascos.
Ella piensa con sus ojos celestes
en su juventud cautiva, clausurada,
y en aquel arbolito que muy pronto
será verde otra vez como sus ansias.
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LA MUCHACHA QUE SE ASOMA AL PONIENTE
La muchacha que se asoma al poniente
ayer era violeta y hoy anaranjada,
se viste siempre de un color diferente,
tiene una pequeña pena amortajada.
La enredadera de hierro de la verja
repite los mismos arabescos de su cabello,
detrás unas pacayas y una alberca
y un girasol gordo melancólico y bello.
Por sus ojos abatidos de ensueño
descienden los tranvías y los transeúntes,
todo es tan pobre y tan pequeño
para sus grandes ojos indiferentes.
Y nunca pasa lo que ansia su espera,
y nunca llega ni llegará, lo sabe,
pasa el invierno, llega la primavera
y siempre quieta abrazada a su calle.
Ángel de los ponientes y de los arrabales
vestida siempre de atardeceres,
apoyada en su espera cada tarde.
Yo sé que está sola y sé además
que significa la palabra deshabitada,
ni los vidrios rotos de las ventanas ciegas,
ni los patios donde el sol no penetra
pueden decir esta palabra.
Hay una carta que no llega nunca,
y que su voz lo dice en las canciones
y repite el silencio de su llanto.
¡Qué fría es su alcoba, qué
suaves sus cabellos,
qué plegaria es su voz,
y las camelias rotas de sus manos!
Qué luto hay en sus ojos, lo confiesa
su soledad sin muerte ni esperanza.
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NIÑO
Quisiera ser aquel niño
que juega con el agua de la pila del parque,
soñar viendo los peces,
rojos como fuego en el agua,
no sentirme acosado
por nadie ni por nada.
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MADRUGADA
Hay en mi casa unas ventanas,
cuando la noche pierde su luz negra,
y tiembla la madrugada con su plata lívida,
empiezo a existir.
Todavía no llega la mañana
con su oro rosa.
Es el momento en que no sé
si es de día o de noche.
Es el momento, dicen los que saben,
en que los enfermos graves mueren.
Para mí el amanecer
es mi propio amanecer,
el preludio del día
con sonatas de pájaros.
La montaña de Escazú
se asoma a mi ventana,
y nace alguna sonrisa
sobre la dureza del mundo. |
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MADRIGAL SIN NOMBRE
Sólo conozco de paso su mirada
Y su pequeño muslo que la falda modela,
y conozco también su mano entera
desplazando su adiós hasta mis ojos.
Esta belleza innominada
es estatua de luz bajo la sombra,
sólo el viento que pasa entre los árboles
la dibuja y la nombra.
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EL AMOR EMPEZABA
El amor empezaba,
Por eso tenía en el pecho
un sacro vaso,
que podría derramarse cualquier instante de
los minutos.
Ella caminaba con ese temor,
con ese miedo a lo divino,
porque aquel Dios podía evaporarse,
y volver a su sustancia
dejándola, vacía y sola en la noche. |
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LAS TRES EDADES DEL HOMBRE
Aquella mañana había visto en el parque
las tres edades del hombre.
Los niños que despertaban el sueño
del estanque
con sus manos y miraban nacer en él sus ojos.
Aquellos que se habían dado cita
en el silencio de árboles y sombra,
ceñidos por el rumor de la ciudad
como un cinturón lejano.
El anciano que recogía las hojas
secas de los árboles.
Cada uno cumplía el oficio de vivir
con la lógica de su edad;
despertar el alba dormida
que entreabre sus ojos en el agua
entre lirios y peces y musgo oscuro.
Hacer latir en el pecho el himno de la naturaleza
con las fragancias de la carne en tumulto,
o, recoger las hojas muertas
cuando en el demacrado rostro
se va descubriendo la estructura de la muerte.
Los pájaros cantan en el parque
una canción distinta para todos.
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EL NIÑO IBA CON SU PERRO
EI niño iba con su perro,
niño y perro padecían de hambre,
el niño la pregonaba en sus vestidos rotos
el perro en su anatomía.
Pero ambos la llevaban
en un oscuro fuego
que les quemaba los ojos.
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EN EL RESPLANDOR DE LOS
DÍAS
En el resplandor de los días
que alumbraron mi infancia,
miro a mi abuela,
la que roció el pan con su llanto,
y a mi padre
que lo humedeció con el vino.
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LOS TONTOS SOLEMNES
Los tontos solemnes tenían una fiesta,
las mujeres los rodeaban,
pero también había otros,
los tontos payasos que amenizaban el festín
y les arrancaban carcajadas a todos.
Los tontos eran importantes,
para ellos se hicieron las mujeres
que tienen cuellos finos
brazos redondos, y senos
diseñados por Euclides.
Los tontos malvados poseían el mundo,
y los inteligentes saltaban en el aire
para apresar las monedas.
Lo hacían con gracia, con discreción,
con grandes reverencias,
como los monos sabios
que cosechan aplausos.
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LAGRIMA
No manaba de su corazón
una cascada de diamante,
porque no hubo lágrimas
que pusieran sal
en la comisura de sus labios.
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