En
aquel suburbio
En aquel suburbio, en la noche, solamente
se oía el quejido de los gatos, sus peleas
en los techos y sus amores desgarrados.
Detestaba jugar, y sobre todo perder
que no me costaba, pero era la única manera
de acercarme a Matilde, la bella sobrina de doña
Enriqueta.
Llegué a comprobar que otro
de los jugadores iba por lo mismo, sin embargo, para
él, el juego estaba en primer lugar.
En el intermedio venía Matilde
con las tazas de café. Dejábamos entonces
los reyes hoscos y barbudos, y las "quinas"
pálidas de grandes ojos y los ases limpios
que tanto alegra tenerlos.
Aquel café servido por Matilde
en aquel lapso de paz, me pagaba en un oro imponderable
mi oculto fervor. Para mí aquel momento era
todo, aunque nunca supe aprovecharlo.
Al fin ella se dio cuenta que yo
no era jugador, ni quería serlo, me lo reveló
su mirada, cuando me volvió a ver con otros
ojos que no le conocía. Pensé entonces
que el verdadero analfabeto es aquel que no sabe leer
las miradas.
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Bermúdez cínico
y afirmativo se desenvolvía muy bien, tenía
el tipo de humor característico que me pone
de mal humor, pero gozaba de la aceptación
general, incluso de Matilde, lo que me desesperaba.
Era entonces cuando me envolvía en mi silencio,
y mi mirada se cargaba confusamente de lo que quería
decirle, probablemente la leyó. Ante la cháchara
vacua, y los lugares comunes de Bermúdez, oponía
yo mi silencio tenaz, era mi rabioso homenaje para
Matilde que parecía entenderme, monologaba
yo sin hablar, mientras distribuía las cartas
de mi mano.
Entre más gritaba Bermúdez,
más hondo era mi silencio. Tal vez escuche
ella mi hosco lenguaje subterráneo, pensaba.
Los gatos gemían en los techos,
mientras los jugadores no percibían la claridad
plateada que en el patio difundía la luna,
sólo decían: "me quedo", "basta",
"pago por ver", "maldita sea"
o "a la puta".
Allí entre aquellos idiotas
disputándose unos colones, yo era un idiota
más que quería estar cerca de Matilde,
y verla acercarse trayendo un sonoro azafate trémulo
de tazas de café.
Estuve enfermo, y cuando volví
y fue !a señora la que sirvió el café,
pregunté por su sobrina.
—Se fue a su casa, me contestó.
Pero, casi enseguida se levantó
Paco Bermúdez y me dijo en voz baja:
—Vive en un prostíbulo. |