Francisco en Costa Rica



Yo soñaba dormido

Yo soñaba dormido y con los ojos abiertos; así pocas veces estaba en la realidad. Transformaba el mundo en que vivía, caminaba por un gran espejo donde todo era de plata, de un metal de silencio sin riberas. Veía lo que soñaba, de ahí mis caídas y mis bruscos despertares. Todavía se sigue diciendo que existe el mundo objetivo; existe como un obstáculo para los ciegos que ven y como una zancadilla para los poetas.

Yo aborrecía el cálculo, aunque a veces me favorecía, y si usé la astucia, fue en momentos de desesperación y contra mis principios. Me parecía que la inteligencia se prostituye con el cálculo, aunque ésta es eso por definición. Prefería acertar por medio de mis equivocaciones. Tal vez estos recuerdos que junto en la secuencia de un tiempo diverso al de su acontecer, en parte sean la historia de las equivocaciones de los otros y las mías.

Mis sueños adquirían gran precisión cuando cerraba los ojos en la noche y se aparecía el Coco. El Coco era también el diablo, no lograba verlo, pero sentía su terrible presencia; era como la noche misma del cuarto en que me hallaba encerrado. El Coco se repetía sin rostros en mis sueños; no los mostraba aunque los tuviera y me asustaba sólo por su núcleo de sombra.

Nunca vi al diablo, pero soñaba con él. Le sonaban los tobillos como si anduviera con espuelas de oro; tenía los flancos chamusqueados y el tórax plano con adornos de plata. A veces estaba vestido de todos los colmes como un arlequín, y corría detrás de mí por laberintos interminables llenos de sombra, y paredes que subían a una altura infinita que la luz no se atrevía a escalar. A veces en su carrera pasaba bajo lámparas de luz intensa que descubrían su horrible maquillaje. Yo corría más que el diablo, y lo veía sufrir y jadear, pero, considerando su poder, era evidente que llegaría a agarrarme y que, después de haberlo martirizado con mi huida, su venganza se volvería feroz.

Bajo este terror imaginario en donde todo era sueño, pero terrible realidad del sueño, mis miembros se negaban a correr y se debatían moviéndose en un solo lugar, hasta que el despertar se resolvía en un choque violento como si franqueara una inmensa puerta que, al abrirse, me salvaba de los tormentos medievales a que el diablo me hubiera sometido.

Me olvidaba de él durante el día, pero estaba seguro de que una noche cualquiera entraría en mis sueños. Yo rezaba mis oraciones junto a mi abuela; sabía que el diablo jamás se acercaría estando con ella. Entrar en el sueño era habitar en un país en donde estaba solo y donde me encontraría con el diablo, que aún con el más amable de sus disfraces, me inspiraba terror.

Después del sueño, y ya despierto en la oscuridad, su presencia vibraba en toda la habitación y temblaba ante la posibilidad de verlo; lo oía respirar agitado, y sabía que sus manos jugaban en el aire negro, y me escondía bajo las frazadas, no fuera a tropezar su mano en mi cabeza porque el terror me hubiera matado.


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