Yo
soñaba dormido
Yo soñaba dormido y con los
ojos abiertos; así pocas veces estaba en la
realidad. Transformaba el mundo en que vivía,
caminaba por un gran espejo donde todo era de plata,
de un metal de silencio sin riberas. Veía lo
que soñaba, de ahí mis caídas
y mis bruscos despertares. Todavía se sigue
diciendo que existe el mundo objetivo; existe como
un obstáculo para los ciegos que ven y como
una zancadilla para los poetas.
Yo aborrecía el cálculo,
aunque a veces me favorecía, y si usé
la astucia, fue en momentos de desesperación
y contra mis principios. Me parecía que la
inteligencia se prostituye con el cálculo,
aunque ésta es eso por definición. Prefería
acertar por medio de mis equivocaciones. Tal vez estos
recuerdos que junto en la secuencia de un tiempo diverso
al de su acontecer, en parte sean la historia de las
equivocaciones de los otros y las mías.
Mis sueños adquirían
gran precisión cuando cerraba los ojos en la
noche y se aparecía el Coco. El Coco era también
el diablo, no lograba verlo, pero sentía su
terrible presencia; era como la noche misma del cuarto
en que me hallaba encerrado. El Coco se repetía
sin rostros en mis sueños; no los mostraba
aunque los tuviera y me asustaba sólo por su
núcleo de sombra.
Nunca vi al diablo, pero soñaba con él.
Le sonaban los tobillos como si anduviera con espuelas
de oro; tenía los flancos chamusqueados y el
tórax plano con adornos de plata. A veces estaba
vestido de todos los colmes como un arlequín,
y corría detrás de mí por laberintos
interminables llenos de sombra, y paredes que subían
a una altura infinita que la luz no se atrevía
a escalar. A veces en su carrera pasaba bajo lámparas
de luz intensa que descubrían su horrible maquillaje.
Yo corría más que el diablo, y lo veía
sufrir y jadear, pero, considerando su poder, era
evidente que llegaría a agarrarme y que, después
de haberlo martirizado con mi huida, su venganza se
volvería feroz.
|
|
|
Bajo este terror imaginario en donde
todo era sueño, pero terrible realidad del
sueño, mis miembros se negaban a correr y se
debatían moviéndose en un solo lugar,
hasta que el despertar se resolvía en un choque
violento como si franqueara una inmensa puerta que,
al abrirse, me salvaba de los tormentos medievales
a que el diablo me hubiera sometido.
Me olvidaba de él durante
el día, pero estaba seguro de que una noche
cualquiera entraría en mis sueños. Yo
rezaba mis oraciones junto a mi abuela; sabía
que el diablo jamás se acercaría estando
con ella. Entrar en el sueño era habitar en
un país en donde estaba solo y donde me encontraría
con el diablo, que aún con el más amable
de sus disfraces, me inspiraba terror.
Después del sueño,
y ya despierto en la oscuridad, su presencia vibraba
en toda la habitación y temblaba ante la posibilidad
de verlo; lo oía respirar agitado, y sabía
que sus manos jugaban en el aire negro, y me escondía
bajo las frazadas, no fuera a tropezar su mano en
mi cabeza porque el terror me hubiera matado. |